Pocas veces ocurre, pero el hecho es que "Warlock" es la historia de cómo una película que estaba a puntode quedarse abandonada en uncajón fue rescatada en el último minuto y estrenada de manera limitada, pero estrenada con el suficiente empuje como para propiciar que se convirtiera en un éxito comercial de primer orden que derivaría en una secuela de lo más tonta y absurda, así como en una tercera parte que ya se estrenó directamente en formatos domésticos por aquello de que la fórmula del "directo to video" le sentaba como anillo al dedo.
Mi primer contacto con "Warlock (el brujo)" (1989/Steve Miner) empieza en un lejano pase televisivo por la segunda cadena de TVE. Por aquel tiempo la película apenas me interesó por estar protagonizada por el muy impresentable Julian Sands, actor inglés que estaba en sus trece a la hora de crearse una carrera exitosa en Hollywood. Lo cierto es que esta película fue lo único con cara y ojos que llegó a hacer en tierras yanquis, porque el resto se compone de mucho subproducto de medio pelo y series de TV a porrillo. Mi interés radicaba en la banda sonora, menor, de un maestro, mayor, del arte de la música de cine, Jerry Goldsmith. Tan alucinado estaba en esos días que llegué a comprarme el disco de vinilo con la BSO.
La reciente recuperación en formato digital de "Warlock" certifica en gran medida sus virtudes: se trata de una serie B modesta pero consciente de ser una baratija, entretenida a más no poder y muy resultona a nivel de efectos especiales. Julian Sands sobreactúa que es un contento, pero al menos sabe lo que tiene que hacer y no termina siendo tan pelma como en otras ocasiones. Le acompañan la encantadora Lori Singer y el muy estirado Richard E. Grant, dirigidos por un director que sin ser un hacha dentro del género, al menos sí lo comprendía, dando lugar a una película simplona pero la mar de entretenida.
El hecho es que "Warlock", aunque filmada en 1989, no se estrenó en cines hasta 1991, como consecuencia de la quiebra de la New World, estudio que había financiado la película. El filme fue rescatado por otra compañía, especializada en ñordos de nivel Alfa, que viendo la pasta que acababan de amasar, se lanzó rauda y veloz a sacar una secuela "Warlock 2, el apocalipsis final" (1993/Anthony Hickox).
"Warlock 2" es la antítesis perfecta de la película de Miner; Julian Sands está que se descontrola de lo lindo, por lo que su papel de Warlock se convierte en una especie de sucedáneo de Freddy Krueger. La trama pasa de la brujería a una historia sobre druidas y amores del pasado que da grima sólo de recordarla. Anthony Hickox rueda una cinta con alma de subproducto escaso de sentido de la autoironía, una serie B desinflada y feúcha, fabricada para un público adolescente y poco exigente con lo que se le pueda ofrecer.
La cosa aún daría para una tercera parte, ya sin Julian Sands como el brujo titular, siendo sustituído por otro inglés con ganas de comerse Hollywood pero que al final básicamente se dedicó a la serie Z: Bruce Payne. Preferentemente quédense con la primera, sin ser del todo redonda, es una película sencilla y resuelta con pericia y buen tino.
Mi primer contacto con "Warlock (el brujo)" (1989/Steve Miner) empieza en un lejano pase televisivo por la segunda cadena de TVE. Por aquel tiempo la película apenas me interesó por estar protagonizada por el muy impresentable Julian Sands, actor inglés que estaba en sus trece a la hora de crearse una carrera exitosa en Hollywood. Lo cierto es que esta película fue lo único con cara y ojos que llegó a hacer en tierras yanquis, porque el resto se compone de mucho subproducto de medio pelo y series de TV a porrillo. Mi interés radicaba en la banda sonora, menor, de un maestro, mayor, del arte de la música de cine, Jerry Goldsmith. Tan alucinado estaba en esos días que llegué a comprarme el disco de vinilo con la BSO.
La reciente recuperación en formato digital de "Warlock" certifica en gran medida sus virtudes: se trata de una serie B modesta pero consciente de ser una baratija, entretenida a más no poder y muy resultona a nivel de efectos especiales. Julian Sands sobreactúa que es un contento, pero al menos sabe lo que tiene que hacer y no termina siendo tan pelma como en otras ocasiones. Le acompañan la encantadora Lori Singer y el muy estirado Richard E. Grant, dirigidos por un director que sin ser un hacha dentro del género, al menos sí lo comprendía, dando lugar a una película simplona pero la mar de entretenida.
El hecho es que "Warlock", aunque filmada en 1989, no se estrenó en cines hasta 1991, como consecuencia de la quiebra de la New World, estudio que había financiado la película. El filme fue rescatado por otra compañía, especializada en ñordos de nivel Alfa, que viendo la pasta que acababan de amasar, se lanzó rauda y veloz a sacar una secuela "Warlock 2, el apocalipsis final" (1993/Anthony Hickox).
"Warlock 2" es la antítesis perfecta de la película de Miner; Julian Sands está que se descontrola de lo lindo, por lo que su papel de Warlock se convierte en una especie de sucedáneo de Freddy Krueger. La trama pasa de la brujería a una historia sobre druidas y amores del pasado que da grima sólo de recordarla. Anthony Hickox rueda una cinta con alma de subproducto escaso de sentido de la autoironía, una serie B desinflada y feúcha, fabricada para un público adolescente y poco exigente con lo que se le pueda ofrecer.
La cosa aún daría para una tercera parte, ya sin Julian Sands como el brujo titular, siendo sustituído por otro inglés con ganas de comerse Hollywood pero que al final básicamente se dedicó a la serie Z: Bruce Payne. Preferentemente quédense con la primera, sin ser del todo redonda, es una película sencilla y resuelta con pericia y buen tino.