jueves, 6 de febrero de 2020

SATURNO 3 (HOMENAJE A KIRK DOUGLAS)

El caso es que para dar inicio a esta nueva etapa del blog, reconvertido en "El blog del Averno" a partir de hoy, y dadas las circunstacias, me he visto en la obligación de cambiar el guión previsto en un principio y dedicarle una entrada al gran Kirk Douglas (1916/2020), fallecido esta madrugada, hora de aquí, a los 103 años de edad. Y qué mejor manera que hacerlo recordando su particular incursión en los confines de la ciencia ficción, mediante un título que en su día recibió bastantes palos pero que visto desde la distancia la verdad es que resulta una pieza del género muy interesante, y no solo por la sugestiva presencia de una por aquel entonces en plena efervescencia de belleza y popularidad, la hermosa Farrah Fawcett, es que es una película que cuando la vi de pequeño en su día me dio un mal rollo del copón por culpa del robot que aparece en ella, un robot diseñado con muy mala uva, pero que impacta, aunque no tanto como la presencia de la malograda Ángel de Charlie.
Ambientada en un lejano futuro, "Saturno 3" nos relata la historia del capitán Benson, un tipo muy desequilibrado que al no lograr pasar las preceptivas pruebas, decide saltárselas a la torera y colarse en el viaje interestelar que debe realizar el oficialmente elegido, el capitán James. Tras eliminarlo, Benson se hace pasar por el finado e inicia viaje hacia la estación Saturno III, situada en Titán, uno de dos satélites de dicho planeta. En ella viven la mar de tranquilos el veterano mayor Adam y su compañera, la bella Alex, que ejerce de ayudante. Ambos llevan casi tres años en dicha estación, realizando experimentos sobre cultivos con los que paliar las deficiencias de un planeta Tierra sobreexplotado y al borde del colapso. Benson va acompañado del robot Héctor, a quien ha insertado sus propias coordenadas mentales, con lo cual digamos que los dos están igual de majaretas. El hecho es que el recién llegado empieza a desarrollar una peligrosa obsesión por Alex, quien rechaza de pleno las insinuaciones del recién llegado, algo que éste, ni que decir tiene, se toma bastante mal. Adam, que al principio se siente algo contrariado por la situación, pues la diferencia de edad con su amante siempre le ha preocupado, pronto asumirá que lo que Benson desea no es simplemente sustituirle por Héctor. Lo que quiere es matarle. 
Con "La Guerra de las galaxias" (1977) aún coleando en los cines de medio mundo, el director y aquí productor Stanley Donen decidió embarcarse en sacar adelante una cinta de ciencia ficción para aprovechar el filón abierto por George Lucas. A tal fin se hizo con los servicios del diseñador de producción John Barry, quien anadaba interesado en poder hacer sus pinitos en tareas de dirección. Pero el problema es que Barry era muy bueno en todo lo que concerniente al rodaje de una películas esto es, decorados, maquetas, efectos especiales, pero en cuanto a la dirección de actores era bastante poco hábil, algo que exasperaba al reparto, en especial a un Douglas que consideraba que perdía más tiempo de lo normal en el robot Héctor, en lograr que éste resultara convincente que no en dirigir a los actores de carne y hueso. La situación llegó a un punto de no retorno y en última instancia Barry fue apartado del rodaje o él mismo decidió retirarse del mismos según las fuentes. Douglas al parecer se responsabilizó momentáneamente de rodar alguna secuencia, pero finalmente fue Donen quien se hizo cargo de manera definitiva de una película cuyo plan de rodaje andaba ya muy retrasado y perdía dinero del presupuesto a cada día que pasaba.
Donen era un director clásico, muy capacitado para el musical o la comedia, y la ciencia ficción le venía demasiado grande. A pesar de ello "Saturno 3" es una película que, vista hoy día, y sin ser lo que se dice una película redonda, es una obra hecha con notable grado de profesionalidad, beneficiada por la credibilidad que le otorga su terceto protagonista, todos ellos muy bien en sus respectivos roles. Kirk Douglas asume el rol del mayor Adam, un hombre entrado ya en el ocaso de su vida y que ha encontrado en Alex a la compañera perfecta. En primera instancia teme que Benson pueda llegar a arrebatársela, pues es más joven y directo en su modo de comportarse, pero pronto ve que éste es un auténtico psicópata, un desquiciado que se obsesiona con la muchacha. Farrah Fawcett, en su día muy criticada por su interpretación, lo cierto es que lo asume con plena convicción. Alex es una muchacha plena de vida y belleza, que no se siente para nada atraída por Benson, aunque éste no se da por enterado, urdiendo un diabólico plan para eliminar a Adam y poseer sexualmente a la chica. Harvey Keitel, por último, asume su rol de Benson de un modo puede que algo exagerado, pero resulta escalofriante cuando se encarga de cuidar del robot, al que trata con mayor cuidado que a un ser humano...
La película fue un sonoro fracaso comercial en el momento de su estreno, pese a que en un intento desesperado de aupar la película se lanzaron una fotografías publicitarias con Farrah Fawcett muy sugerente y que no eran más que material de una secuencia al final no filmada. El hecho es que en algunos países dichas fotos se usaron como motivo del cartel de la película, con el ,consabido chasco cuando se descubría que dicho momento no aparecía en la película. Otra circunstancia, más triste, que tampoco ayudó para nada a la película fue la muerte de John Barry, acaecida de forma fortuita mientras ultimaba su trabajo en "El imperio contrataca" (1980). Y para rematar la situación, la película acabó por ser nominada en los Razzies en las categorías de Peor Actor (Kirk Douglas), Peor Actriz (Farrah Fawcett) y Peor Película. ¿Era para tanto? Yo personalmente opino que no, pues es un filme que pasa la mar de bien (apenas dura hora y veinte minutos) y su estética ochentera, aunque muy pasada de rosca y puede que hasta de moda, funciona lo bastante bien como para que uno le eche un vistazo sin buscar mayores pretensiones.   

domingo, 29 de enero de 2017

ASALTO AL PODER

En un país imaginario, dominado por los tejemanejes de un gobierno corrupto, lo que provoca la respuesta directa de grupos armados que luchan contra la represión brutal llevada a cabo por la policía secreta, un grupo de militares decide poner en marcha un golpe de estado, con el fin de acabar con dicha situación. Pese a sus diferencias de criterio, dicho grupo está dispuesto a todo para liberar al país del yugo de un presidente que se sirve de los brutales métodos de su jefe de inteligencia, que gusta de la tortura y la represión brutal como medio de obtener resultados y acabar con la oposición. Aún cuando algunos de ellos tienen buenas intenciones, los resultados del golpe de estado no supondrán, en ningún caso, un cambio del "status quo", más bien todo lo contrario.
Realizador procedente del documental, Martyn Burke es un realizador y guionista de origen canadiense de trayectoria bastante irregular, que tan pronto intentó realizar obras de contenido político o que criticaban ciertos aspectos de plena actualidad en aquellos días, como es el caso de la presente "Asalto al poder" (1978), como se las componía para hilvanar un "thriller" con ribetes cómicos y de muy escaso relieve, al servicio de un Sylvester Stallone ya muy en decadencia, caso de la muy desastrosa "El protector" (2002). El hecho es que sus incursiones en la pantalla grande, al haber tenido una recepción comercial nefasta las más de las veces, han afectado a su devenir en el medio televisivo, donde fue el responsable de una cinta bastante digna e interesante, "Piratas de Sylicon Valley" (1999), que relataba los inicios de Steve Jobs y Bill Gates, de la que pocos se acuerdan.
El hecho de haber dedicado la mayoría de sus esfuerzos al campo del documental, fueron el elemento clave para que Burke convenciera al actor David Hemmings para realizar "Asalto al poder", una ambiciosa producción a dos bandas, entre Gran Bretaña y Canadá, que contó con un reparto de rostros conocidos y que, sin ser lo que se dice redonda, tampoco merece el desprecio totalk y absoluto que sufrió en el momento de su estreno y que, muy probablemente, cercenó las posibilidades de su director a optar a una carrera dentro del cine de ficción más enjundiosa y prolongada. 
Rodada en un momento en el cual, por desgracia, los golpes de estado estaban al orden del día, solamente dos años antes se había producido el de Argentina y ese mismo año, 1978, se estaba celebrando el Mundial de dicho país, que sirvió en gran medida para reforzar la imagen de "normalidad" de cara al exterior de un régimen militar brutal y sádico, la película es el reflejo realista de una asonada golpista, centrándose en la figura de un militar viudo, a punto de retirarse de la vida castrense, el coronel Narryman (David Hemmings) que, siendo testigo de los desmanes de un presidente corrupto que basa toda su política en el uso de la fuerza bruta, representada por su fiel jefe de los servicios secretos, Blair (Donald Pleasance) decide actuar con el fin de restablecer la democracia mediante un golpe de estado que derive en un cambio político que ayude al país a salir de las sombras en las cuales se encuentra. Apoyado por un intelectual y un pequeño y decidido grupo de colegas militares, Narryman no pretende en ningún caso ser el cabecilla, el líder, más bien se siente la herramienta que ayudará de modo decisivo a normalizar la situación. Con todo existe un obstáculo y es que necesitan del apoyo del regimiento de blindados, comandado por el coronel Zeller (Peter O'Toole), un militar con una hoja de servicios impoluta pero de carácter bien poco fiable, que tanto puede darles su apoyo absoluto y, se supone, sin fisuras, como darles la espalda sin mayores explicaciones. Los golpistas, pese a sus sospechas, echan a andar con la confianza plena en el éxito de su empresa, pero sin tener en cuenta que Zeller solamente se mueve por sus intereses personales. Cuando se dan cuenta de ello, ya es demasiado tarde. 
"Asalto al poder" es una cinta que se beneficia, además de la puesta en escena de Burke, que utiliza de modo muy inteligente los resortes del documental que domina a la perfección para otorgar de autenticidad a sus imágenes, de un estupendo elenco de intérpretes, todos ellos en plena forma y muy bien situados en sus papeles. De este modo, Peter O'Toole ofrece un portentoso recital como Zeller, el militar que tendrá un papel decisivo en el triunfo del golpe militar, pero también quien tomará una decisión que hará que las intenciones de dicho golpe cambien por completo. El malogrado David Hemmings es el desdichado Nerryman, el principal instigador del golpe, un idealista que pecará de ingenuidad al creer que Zeller es capaz de evitar sus deseos de medrar dentro de los entresijos del Poder. Pleasance también ofrece una meritoria interpretación como el estúpido y sádico Blair, mano derecha del corrupto presidente del país, un hombre que cree a pies juntillas que dado que conoce las cloacas gubernamentales, saldrá indemne del golpe, dándose de bruces con la brutal realidad. 
Película quizá algo esquemática en su devenir argumental, pero no por ello pobre de contenido, "Asalto al poder" termina siendo un título que en su día fue repudiado precisamente por el hecho de no optar por un discurso "izquierdista", propio de la época, centrando su interés en la defensa que de la Democracia hacen un grupo de militares idealistas que sufren el mayor de los desengaños al ver como la ambición y las ansias de poder predominan sobre las posibilidades de crear una sociedad mejor y un estado abierto a todos, aunque para conseguirlo deban realizar algo tan poco democrático como es un golpe de estado.   

Peter O'Toole realiza una muy destacable labor intepretativa en "Asalto al poder" (1978/Martyn Burke), una producción anglo-canadiense que mereció mayor atención de la recibida en el momento de su estreno.
  

EL HECHICERO

Un joven matrimonio, tras sufrir la traumática experiencia que supone la pérdida de un hijo al poco de nacer, decide iniciar una nueva vida, gracias a una oferta de trabajo que ha recibido el marido. Instalados en una, aparentemente, tranquila y agradable comunidad, en mitad de unos bellos parajes, la esposa pronto descubrirá qué siniestro plan se oculta tras las atenciones del jefe de su marido, un hombre de amplia cultura, interesado en las ciencias ocultas y que, en realidad, es el cabeza visible de una comunidad de satanistas...
Realizador plenamente entregado a los márgenes del cine de género de bajo, cuando no muy bajo, presupuesto, Bert I. Gordon (nacido en 1922) es un profesional que se ha mantenido en activo hasta hace relativamente poco tiempo, pues su último filme data de 2015. Debuta como director en 1955, en plena era dorada del cine de ciencia ficción de serie B, al que aportará algunos títulos señeros, no tanto por su calidad, más bien por el nivel de culto que se ganarán entre muchos aficionados, que le otorgarçan el apelativo de "Mr. Big" por su costumbre de usar criaturas crecidas hasta niveles gigantescos como base argumental de varios de sus títulos más populares. Lejos de desanimarse, o de refugiarse en el medio televisivo, Gordon se mantuvo fiel al cultivo del cine de género hecho con pocos medios, pero poco a poco tuvo que ir derivando de la ciencia ficción hasta el cine de terror o de fantasía, dependiendo de las modas del momento.
"El hechicero" (1972) es una película que tuvo una difusión algo caótica, se estrenó en 1972 con el título de "Necromancy" y, pese a contar con la presencia de un Orson Welles que por aquel entonces ya era carne de cañón al ejercer funciones de actor en productos muy alejados de sus intereses personales, pero que solamente le interesaban con el fin de poder financiar sus trabajos como director, tuvo una difusión bastante desastrosa, tanto es así que, once años después, en 1983, el propio Gordon la volvió a relanzar con el título de "The witching" (1983), añadiendo diversas secuencias con algo más de desnudos con el fin de dar más empaque a la secuencia central del aquelarre. Pero en esta ocasión la suerte tampoco le acompañó, con lo que la cinta quedó relegada al olvido, siendo recuperada posteriormente en formatos domésticos o en pases televisivos, como es el caso de España, donde no llegó a los cines. 
¿Es "El hechicero" un buen filme? Pues siendo sinceros es evidente que no; Gordon era un director que podía muy bien desarrollar su nivel de artesano competente pero bien pocas veces inspirado en productos del calibre de "El alimento de los dioses" (1976) o "El imperio de las hormigas" (1977), pero en esto del cine de terror de temática satanista digamos que el tema le quedaba bastante ancho de costuras. Pretendiendo remedar a la magistral "La semilla del Diablo" (1968/Roman Polansky), Bert I. Gordon lleva a cabo una respuesta barata de aquella obra maestra, contando con que la presencia de Orson Welles le otorgaría visos de credibilidad y seriedad al material resultante, pero el hecho es que Welles se toma el papel a guasa, proporcionando una interpretación absolutamente nefasta, que más bien invita a reír a mandíbula batiente más que a tomarse en serio sus diatribas sobre satanismo y esoterismo de manual comprado en una tienda de los chinos. La única que pone cierto empeño en la tarea es Pamela Franklin, que poco después protagonizaría uno de sus títulos más destacables, la magnífica "La leyenda de la mansión del Infierno" (1973/John Hough). Actriz desde edad muy temprana, Pamela Franklin estuvo presente en otra joya del género, como es "Suspense" (1960/Jack Clayton), portentosa adaptación del relato "Otra vuelta de tuerca" de  Henry James. Pese a su indiscutible talento, estamos ante una de esas intépretes que tuvo que luchar muy mucho para evitar ser encasillada. Pese a lograr papeles de cierto mérito, su carrera fue languideciendo hasta tener que meter baza en productos que bien poco merecían  que desperdiciara su talento, lo que la llevó a abandonar el mundo del cine tras algunas incursiones en la caja tonta.
Una película solamente apta para interesados en el cine de terror satánico de los setenta, aunque sea de muy escasa calidad o completistas de la carrera como actor de Orson Welles. El resto mejor abstenerse y apostar por propuestas de mayor enjundia y nivel como la ya citada  "La leyenda de la mansión del Infierno" o "El exorcista" (1973/William Friedkin), por poner dos ejemplos que andan a años luz de esta bien pobretona cinta.    

sábado, 21 de enero de 2017

EL OJO DEL TIGRE

Buck es un veterano del Vietnam que, tras cumplir una condena en prisión por un delito que no cometió, vuelve a casa decidido a recomponer su vida junto a su esposa e hija. Sabe que le va a resultar algo difícil, pues el sheriff del pueblo no le tiene en mucha estima, pero Buck ante todo quiere prosperar en su, en apariencia, tranquilo y sencillo pueblo en mitad de Estados Unidos. Lo que pasa es que una banda de motoristas se ha hecho dueña y señora de la localidad, bajo la cooperación directa del sheriff, que les deja hacer y deshacer con total impunidad. Una noche, Buck evita que algunos de los motoristas agredan asexualmente a una joven. Decididos a tomar venganza, los moteros asesinan a la esposa de Buck y dejan a su pequeña hija en estado catatónico. Buck, convertido en el único que puede poner las cosas en su sitio, tomará cartas en el asunto, enfrentándose a la banda hasta las últimas consecuencias.
"El ojo del tigre" (1986/Richard C. Sarafian) es una muestra de cierto tipo de cine de acción que imperó como churros en las plateas y en los videoclubes en la década de los ochenta. Es un tipo de película que no busca coartadas, que no busca mayor recompensa que entretener al espectador durante hora y media escasa a base de explosiones, disparos y frases secas y directas, contundentes, proferidas por un individuo que, tras servir a su país en Vietnam, tras pasar una temporadas en chirona por defenderse ante una agresión, vuelve a su casa y descubre que se ha convertido en la pociga de una banda de moteros que se dedican a fabricar y distribuir droga a la mayor parte del país, conchabados con el sheriff local, un palurdo que básicamente se pasa en día tumbado en el sofá de su oficina o suelta juramentos a mansalva cada vez que el protagonista se salta las normas, que es casi siempre. 
Tras sufrir lo indecible, Buck, que parece que no está curado de espanto, aún sufrirá más. Su esposa será asesinada, su hija quedará en estado vegetativo, aunque luego se cura milagrosamente y, los moteros, que no han tenido suficiente con matarla, sacan la tumba de la esposa de Buck y la pasean por la calle mayor del pueblo cual procesión de Semana Santa. Evidentemente, si Buck ya estaba hasta las narices, llegados a este punto, su respuesta será a todas luces contundente, enfrentándose a la banda y a su jefe, encarnado sin excesivos problemas por el mítico Falconetti de "Hombre rico, hombre pobre", William Smith. 
Todo esto es filmado por el ya desaparecido Richard C. Sarafian como si de un episodio del "Equipo A" es tratara. Pese a la violencia desplegada, las muertes siempre suceden en "off" visual, exceptuando la de un motero que acaba decapitado. Ese estilo entre televisivo y un tanto vulgar no afecta a una película que, sin ofrecer mayores sorpresas, se deja ver con sumo gusto y resulta un pasatiempo bastante resultón, que no engaña a nadie, ni pretende ir más allá de lo que es, una propuesta hecha para matar una tarde tonta de fin de semana lluvioso. Si además uno es un entusiasta del cine de acción más puramente ochentero, digamos que, sin ser un título de referencia, este "El ojo del tigre" acaba ofreciendo lo suficiente como para que el aficionado no se sienta del todo defraudado. 
Richard C. Sarafian (1930-2013) es un realizador que hizo albergar ciertas esperanzas entre ciertos sectores de la crítica especializada, especialmente a primeros de los setenta, cuando filma sus mejores títulos, caso de "El hombre de una tierra salvaje" (1971), "Punto límite cero" (1971) o el "western" "El hombre que amó a Cat Dancing" (1973). Posteriormente su carrera fue perdiendo fuelle, simultaneando el medio televisivo, donde libró sus primeras armas como realizador, con puntuales incursiones en el cine de acción más comercial y bien poco dado a hacer reflexiones más profundas que una puñalada por la espalda o un puñetazo directo a la mandíbula, lo que hizo que su prestigio inicial quedase bien diluído. A pesar de ello siguió en la brecha hasta poco antes de su fallecimiento, lo que indica que era un profesional que, dentro de sus márgenes, era bien considerado. Su hijo Deran ha seguido sus pasos, tanto para el cine como para televisión, donde ha logrado mejores resultados, ejerciendo funciones en diversas series, caso de "CSI Miami" o "House", por citar un par donde realizó una actividad más regular.    

ATRACO A FALDA ARMADA

Un par de delincuentes de muy baja estofa, Sidney Lipton y Gerard Bradley, descubren que son igualitos a un par de científicos que han descubierto una forma de energía barata a partir de la fusión nuclear. Decididos a aprovechar el hecho de que se parecen como dos gotas de agua, los cacos se juntan con una antigua socia, Willie, organizando un plan, ellos creen que perfecto, para hacerse pasar por los científicos y sacar tajada mediante una estafa a gran escala. El problema es que los científicos no son tan despistados como pudiera uno creerse y, además, la CIA anda a la greña para evitar que dicha nueva fuente de energía caiga en manos de alguna potencia extranjera con ganas de usarla con fines poco vinculados con el bien de la Humanidad.
En 1989, Menahem Golan abandonaba las oficinas de la Cannon para volar por su cuenta y riesgo, mediante un plan que, en líneas generales, pretendía repetir una jugada similar a la que él y su hasta aquel momento bien querido primo, Yoram Globus, habían creado para poner en marcha su actividad en Hollywood. Esto es, comprar una productora que se hallara a un paso o, menos, de la bancarrota, comprarla por un precio irrisorio y a partir de ahí producir películas a mogollón. La experiencia, en la Cannon, funcionó bastante bien al menos en un primer estadio, y Golan estaba convencido de que podía hacer lo mismo mediante la 21st Century Films Corporation. El problema es que ninguna de las cintas que salieron funcionaron bien en taquilla y, salvo alguna excepción, caso de la muy reivindicable "La noche de los muertos vivientes" (1990/Tom Savini), un "remake" muy notable, eran todas bastante malas, por lo que el devenir de la compañía fue de menos, llegando hasta cotas que provocan vergüenza ajena, como es el caso que ahora nos ocupa.
Dirigida por Michel Winner (1935-2013), "Atraco a falda armada" (1990) es un ejemplo de lo peor que puede ocurrirle a una comedia: que no haga gracia. Y eso que cuenta con dos actores que podrían haber dado mucho juego, como son Michael Caine y Roger Moore, a los cuales se les nota como desubicados, fuera de onda, intentando defender lo indefendible. La película es un monumento a lo desafortunado, a la gracieta de barra de bar, pero de barra de bar hecha por una pandilla de misóginos impresentables que, tras tomarse un par de carajillos pretenden ser todos ellos muy graciosos pero, en definitiva, no dejan de ser unos machistas redomados, racistas empedernidos y, esencialmente, unos auténticos berzotas a la máquina de escribir. 
Y en eso es lo que destaca esta película, una comedia burda en la que nada funciona, en la que los actores más que risa dan pena, en especial el pobre Michael Caine, que debió cobrar sus dinerillos con ella pero más perdió en autoestima. Lo peor de todo es que el discurrir de supuestos "gags" hilarantes va en aumento hasta un epílogo, con "cameo" de famoso incluído, John Cleese, que está puesto ahí con calzador porque se nota  a la legua que no sabían cómo puñetas acabarla. 
El ya desaparecido Winner es un realizador que si tenía un género donde sabía bien cómo desarrollar su sentido fílmico fue en el de acción. Director fetiche de Charles Bronson, Winner aprovechó dicha amistad para integrarse en el seno de la Cannon Films, donde filmó varias entregas de "Death wish", la franquicia donde el cara-pedrusco de Bronson encarnaba al pobre Paul Kersey, el arquitecto metido a vengador urbano. Realizador que nunca contó con el favor de la crítica, es también conocido por sus métodos en ocasiones casi dictatoriales a la hora de filmar, en especial su trato con las actrices, circunstancia que sumada a su costumbre de meter algún que otro desnudo en sus películas sin venir a cuento o alguna secuencia de vejaciones sexuales lo convirtió en el blanco favorito de diversos colectivos feministas. A pesar de ello, en los setenta, Winner fue el reponsable de algunos "thrillers" bien recomendables, fueran con Charles Bronson o no, además de un curioso derivado de "El exorcista" (1973/William Friekin), "La centinela" (1976), que bien merece que se le eche un vistazo. Ahora bien este "Atraco a falda armada" es perfectamente desdeñable.   

jueves, 12 de enero de 2017

CUANDO CHARLES BAND DOMINABA LOS VIDEOCLUBS...

Hoy he decidido variar un tanto la concepción de las reseñas con el objeto de repasar un puñado de filmes que tienen como nexo en común haber sido producidas por Charles Band, productor que desempeña su actividad desde finales de los setenta para, ya en los ochenta, al frente de la Empire, iniciar una efímera etapa gloriosa con respecto a la producción y distribución de películas de bajo presupuesto. Merced a títulos tan señeros, y recomendables, como "ReAnimator" (1985/Stuart Gordon), "ReSonator" (1986/Stuart Gordon) y "Dolls" (1986/Suart Gordon), entre muchísimas otras, Band se establece, junto con Roger Corman, en uno de los principales facturadores de baratijas para los videclubes. Pero todo lo bueno se acaba, la Empire muerde el polvo alrededor de 1988 como consecuencia de una serie de problemas financieros vinculados a la crisis económica en Italia, lo que provoca que la compañía se quede empantanada y con varios títulos por estrenar, entre ellos "Robot Jox" (1990/Stuart Gordon, sí, otra vez). Cuando parecía que Charles Band no volvería al redil del cine barato, poco más tarde resurge de sus cenizas mediante una muy modesta cinta de terror, "La venganza de los muñecos" (1989/David Schmoeller), cuyos buenos resultados permiten que las películas que habían quedado sin estrenar de la extinta Empire lo vayan haciendo paulatinamente, ahora bajo el sello Full Moon que, mediante un contrato de distribución con la Paramount, se asegura la subsistencia, al menos hasta mediados de los noventa, cuando ambas partes deciden romper su relación por discrepancias diversas. 
Pero eso es otra historia; lo que aquí nos concierne es hacer un repaso a cinco películas de lacitada compañía, algunas de ellas posteriormente recuperadas en ediciones digitales, incluso disponibles en Blu ray, pero que un servidor de ustedes atesora en formato VHS por aquello de que uno ha pasado por etapas de auténtica voracidad cinéfila, aunque sea de bodrios de serie Z de niveles infumables algo que, por otro lado, se hará característico en la Full Moon más reciente, con producciones del estilo de "Blood dolls" (1999/Charles Band), donde se hace evidente que la escasez de medios no es en ocasiones sinónimo de simpatía o de ingenio, más bien del racaneo de un productor que con tal de gastar bien poco dinero en hacer películas es capaz de pasarse por el forro de donde ustedes ya saben las mínimas normas del decoro y del sentido común, cuando no directamente de la estética. 


"La venganza de los muñecos" (1989/David Schmoeller) es el mascarón de proa de la Full Moon y, personalmente, es una de mis películas predilectas, no ya de la compañía misma, incluso si tuviera que hacer un listado de películas preferidas la pondría en ella sin dudarlo. Schmoeller era, junto a Stuart Gordon, uno de los directores más fieles de Charles Band, para quien ya había trabajado en diversas ocasiones, siendo recordado por la excelente "Trampa para turistas" (1978). La relación entre ambos fue siempre bastante cordial hasta que empezaron a discrepar por la titularidad del guión, circunstancia que se resolvió con la salomónica decisión de firmar el guión con seudónimo, un cachondo Joseph G. Collodi, como claro homenaje al creador de "Pinocho", aunque también podría interpretarse como un choteo a la mala fama que Band ha ido adquiriendo dentro de los márgenes del cine de serie B. El gran éxito comercial del filme propició nueve secuelas, que Band reciclara el concepto de muy mala manera en más ocasiones de las debidas y que Schmoeller dejara el cine para dedicarse a la docencia, tan harto ha terminado de los entresijos de la cara B de Hollywood...


Tres estudiantes americanas se trasladan a Transilvania para realizar su tesis doctoral sobre el folklore local.
El caso es que una de ellas terminará enamorada de un vampiro con resabios al vampiro chora de "Crepúsculo" y secuelas, el cual tiene un hermano espacialmente malvado, Radu, que ha tenido los bemoles de cargarse a su propio padre, el rey de los no muertos, encarnado con notable grado de dignidad por el malogrado Angus Scrimm, al que le toca bregar con uno de los pelucones más terribles que uno haya visto en una película, del género que sea. Radu, encarnado por el actor de origen islandés Anders Hove, es ayudado en su maligna tarea por unos bichos de pequeño tamaño, las subespecies, que para algo han de justificar el título de la cinta. La chica de la carátula, no sale así vestida guarretes, que en Rumanía en esta época del año hace una rasca de tres pares de narices. Dirige el cotarro Ted Nicolaou, realizador de origen rumano, tal cual, que también visitó muy asiduamente los platós de la Full Moon por aquellas fechas. 


Si en "Subespecies" teníamos a una especie de "gremlins" de pan untado con aceite, en esta caso lo que tenemos son unas copias descaradamente burdas de los "Critters", tan burdas que por no ocultar no se ocultan ni los hilos que las sujetan cuando vuelan. "Semilla negra" (1992/Peter Manoogian) es una insoportablemente chabacana reformulación de "La invasión de los ladrones de cuerpos" (1956/Don Siegel). Todo en ella chirría, desde unas intepretaciones que limitan con lo bizarro hasta la insoportable presencia de una novata Holly Fields, que luego se concentró en la caja tonta, en series juveniles y similares. Los efectos especiales es mejor ni mentarlos, pues aparte de los hilos es que los monstruos son de un quieto que asusta más por su aspecto de peluche y plástico que no por su capacidad, nula, para asustar. Peter Manoogian fue el responsable de la recomendable "Eliminators" (1986), coproducción entre USA y España que es igual de mala pero resulta ligeramente más simpática por su agradecido tono de delirio superheroico y cutrez asumida sin coartadas. 


De nuevo Manoogian tras las cámaras para una, algo, mejor cinta sobre juguetes poseídos por el Diablo y que se ubican en un viejo almacén, regido por un segurata algo pasado de peso y un repartidor de comida rápida encarnado por el nieto menos talentoso de Robert Mitchum, Bentley, presencia habitual en el peor cine de género de los noventa, aunque se dejó ver en alguna cosilla que merece la pena, también hay que reconocérselo. Sale Tracy Scoogins, un rostro muy habitual de la pequeña pantalla, en series tipo "Dinastía" y que tampoco le ha hecho ascos a eso de meter su fibroso cuerpo de modelo en productos escasos de presupuesto financiero y, ya que estamos, intelectual. Lo dicho, en "Juguetes asesinos" (1992) Manoogian no está tan manazas como en el caso anterior, pero es que de donde no hay no esperen mucho, pueden creerme...


Uno de los títulos con los cuales Charles Band recuperó guiones que inicialmente iban dirigidos a la Empire y que, con el cierre de ésta, pasaron a la Full Moon con mucho menos presupuesto y resultados que rondan lo menesteroso. Suerte que por ahí andaba el tristemente desparecido David Allen, que crea algunas memorables escenas de animación imagen por imagen que son una delicia de ver, dando a la película un tono de serie B de antaño del todo disfrutable y entrañable a poco que un aficionado la vea. El simpar Jeffrey Combs encarna a un émulo del "Dr. Strange" marvelita, en un conjunto de aventuras y misticismo de baratillo hecho desde la más pura explotación del bajo presupuesto. Entretenida y muy divertida en su agradecido tono de pseudoMarvel anterior a la explosión de adaptaciones de tebeos maervelianos que vivimos ahora mismito en las carteleras. Dirigieron el asunto el propio Charles Band junto a su señor padre, Albert Band. La banda sonora es de otro habitual de la casa, Richard. Sí, todo queda en casa en la Full Moon. 

miércoles, 11 de enero de 2017

FRANKENSTEIN Y EL MONSTRUO DEL INFIERNO

El joven Dr. Simon Helder es un científico interesado en seguir las investigaciones del, presumiblemente, ya fallecido Dr. Frankenstein. Para ello utiliza sus estudios y manuales, oficialmente prohibidos por ser considerados poco menos que brujería que se pretende hacer pasar por ciencia médica. Para ello utiliza cadáveres frescos, que un tunante con pocas luces le consigue del cementerio local. Cuando éste es detenido, y con el fin de reducir su condena, delata las actividades de Helder, que es condenado a pasar una larga temporada en un siniestro Hospital Mental...Como paciente. El Destino hará que allí conozca al Dr. Carl Víctor, que no es otro que el Dr. Frankenstein que sigue bien vivo y con ganas de proseguir con la tarea de crear vida donde ya no la hay. Dado que tiene las manos quemadas, lo cual le imposibilita para operar, Helder se convierte en las "manos" del Barón Frankenstein. Éste se ha hecho con el control del Hospital, logrando reunir "pedazos" de algunos pacientes y construyendo con ellos un ser deforme, casi neandertalesco, al que le hace falta un cerebro pensante con el culminar el trabajo de toda una vida. Una vez logrado, la tragedia se dará lugar en las húmedas y tétricas paredes del manicomio...
"Frankenstein y el monstruo del Infierno" (1974) es la sexta, y última, entrega de la saga de películas que a partir del original de Mary Shelley realizó la Hammer Films, contando en cinco de ellas con la mano maestra de Terence Fisher, que aquí volvió a ocupar la silla de dirección contando con la imprescindible colaboración del siempre genial Peter Cushing, que de nuevo demuestra que el papel de Víctor Frankenstein fue creado expresamente para él. 
No eran días felices para la Casa del Terror; los tiempos estaban cambiando y el horror gótico estaba perdiendo paulatinamente el favor del público frente a aportaciones más realistas, más actuales, como "El exorcista" (1973/William Friedkin) o "La matanza de Texas" (1974/Tobe Hooper). El estudio confiaba en que una entrega algo más proclive a elementos más contundentes, en cuanto a violencia gráfica, podrían impulsar a la compañía, que se hallaba en una muy delicada situación financiera. Fisher, el hombre de la casa, el profesional siempre dispuesto y con un finísimo sentido visual y de puesta en escena, se puso manos a la obra, pero el resultado final no fue seguramente lo que el estudio andaba esperando. 
Y es que "Frankenstein y el monstruo del Infierno" no es una película agradable de ver, tampoco es una historia que contenga asideros donde buscar reposo o personajes virtuosos. En esta película hallamos a un Víctor Frankenstein que se halla en el tramo final de su vida, pero que aún está dispuesto a culminar su sueño: crear Vida desde un cuerpo muerto. Al tener las manos quemadas, no puede realizar el trasplante cerebral, pues eso requiere una precisión manual de la que carece. La aparición de Simon Helder, un joven médico que le admira y ha intentado seguir sus pasos, con la mala fortuna de que ha terminado con sus huesos en un hospital para enfermos mentales, le permitirá finalizar su criatura, una criatura que no tiene nada que ver con las anteriores, ni mucho menos con la encarnada por Boris Karloff en los filmes de la Universal. El trasplante resulta, aparentemente, un éxito, pero pronto se hace evidente para Helder que hay una historia aterradora tras el cerebro utilizado por Frankenstein y que está vinculado a la bella Sarah, una joven muda como consecuencia de brutales abusos sexuales. 
Fisher, apoyado en una excelente labor interpretativa, no ya de Cushing, que se le supone, si no del resto del elenco, desarrolla una historia en la cual lo malsano, lo horrísono, toman el control desde el minuto uno. Seguramente alguien podrá afirmar que no es necesario ver una película así, pero también puedo deciros que pocas veces se podrá ver en una pantalla una historia del género donde todos los elementos quadran de forma tan perfecta, aún cuando estemos ante una historia de la que se vislumbra un final a todas luces devastador. Y de hecho es así, pero no es el definitivo. Una coda final deja claro que quien tuvo retuvo, que Frankenstein no va a darse por vencido tan fácilmente, aunque con ello encadene en la especie de cinta de Moebius que es su existencia , repleta de maldades y horrores a unos personajes, Simon y Sarah, que asumen que poca esperanza les queda entre las cuatro paredes del hospital...
La apuesta de Terence Fisher era arriesgada, no era fácil, "Frankenstein y el monstruo del Infierno" no era una película que pudiera encuadrarse como una película comercial de terror al uso. Su estrepitoso fracaso comercial sentenció profesionalmente a Fisher, que ya no volvió a dirigir ningún filme más hasta su triste fallecimiento en 1980. La Hammer no supo ver lo que tenía entre manos, quizá era una cinta avanzada a su época o puede que, simplemente, era una "rara avis" en un momento en que el género de Terror buscaba el realismo, el pesimismo, pero no llevado hasta el extremo de no dotar de un mínimo de oportunidad de subsistencia a sus personajes. La posterior "La monja poseída" (1976/Peter Sykes) refrenda que la compañía quería hacer un cine fantásticos más moderno, pero es evidente que no entendieron ni chufa de por dónde iban los tiros, aunque en ella saliera otro icono de la firma, Christopher Lee.