Dentro de la franquicia de "Pesadilla en Elm Street", a esta segunda parte, le toca el papel de "rara avis", de punto y aparte. Es evidente que el gran éxito comercial de su precedente era motivo más que suficiente para poner en marcha una secuela, y Wes Craven fue tentado a repetir en la silla de director, así como a participar en la escritura del guión, pero toda vez que vio que estaban haciendo las cosas a su ritmo, sin apenas contar con las opiniones que él, al fin y al cabo inventor del concepto, podía aportar, el hecho es que decidió desentenderse del proyecto, que pasó a manos de otro director con fama de irregular, Jack Sholder.
"Pesadilla en Elm Street 2" parte con un la ventaja de que sus responsables pretendieron, de forma clara, apartarse muy mucho de la primera entrega, intentando mantener las líneas maestras de su precedente, pero aportando una serie de elementos diferenciadores. En este caso, Freddy Krueguer se nos muestra mucho más siniestro, más contundente en sus intervenciones, no es el "payasete" que acabará por ser a partir de la tercera parte. Pero el guión de David Chaskin proporciona otros elementos dignos de interés.
El principal elemento radica en el personaje central del filme, un muchacho adolescente que, por su forma de comportarse, de actuar, aún no tiene definida del todo su verdadera identidad sexual. Si bien se siente atraído por la típica "niña guapa y bien del insti", hay algo que Sholder deja entrever cuando éste se encuentra con su compañero en el equipo de béisbol, o en sus encuentros con el entrenador, que acabarán en un club gay, que digamos que deja bastante claro el asunto a ojos vista.
El otro aspecto radica en que la naturaleza de Freddy Krueger como "asesino onírico· queda aquí del todo aparcada. Freddy quiere hacerse de carne y hueso, con el fin de seguir con sus tropelías, y se sirve del cuerpo del protagonista con el fin de hacerlo realidad. Esta circunstancia fue la que dejó a los fans más descolocados, lo que unido a la ya comentada relectura sexual propició que el filme no acabase de funcionar bien en taquilla. No fue un fracaso, pero a ojos de la New Line era necesario tomar cartas en el asunto para evitar que la gallina de los huevos de oro se muriese antes de tiempo. La tercera entrega vino a significar un punto de reinicio, un primer reset sobre el cual se edificaría el verdadero alcance de la franquicia.
Como suele ocurrir, el paso del tiempo ha propiciado que la película haya encontrado su lugar dentro de la saga y del género. En su día fue una película quizá en exceso osada, que poponía elementos que se apartaban demasiado de lo que ofrecía una saga de las características de Elm Street. Sholder proporcionó un filme de horror profundamente intenso, beneficiado por la excelente labor fotográfica de Jacques Haitkin, que repetía trabajo tras su sensacional propuesta para la primera parte. En el apartado interpretativo merece antención el trabajo del protagonista, Mark Patton, como el sufrido adolescente (atención a la escena del baile o a su curiosa forma de gritar, elementos que pretenden dejar clara su verdadera identidad sexual, aunque él no lo acabe de asumir ante la mujer que ama o el resto de personajes), así como de todo un asiduo del cine de serie B Clu Gulager, como su padre, cuyas aparaciones pretenden ser una paráfrasis del tipo de progenitores yanquis que no acaban de entender a la juventud, considerándolo todo producto de las drogas.
"Pesadilla en Elm Street 2" queda como una propuesta contracorriente en su época, que se aparta de los cauces habituales sobre los cuales se bifurcaba el género de terror en los ochenta. Su pecado fue pretender salirse por la tangente proporcionando un filme que se salía de la norma. Con la tercera entrega, New Line borró de un plumazo sus planteamientos, logrando la cima del éxito masivo. Pero, como suele pasar, lo que ganó la saga de respuesta comercial lo perdió en originalidad y chispa creativa, convirtiéndose en una franquicia más, como tantas otras que hubieron por aquellos años.
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