José Ramón Larraz (1929-2013) es un caso particular dentro de lo que es el cine español de género. Empezó su actividad como dibujante de cómics, abandonando España como consecuencia de la crisis que azotó al medio en los años sesenta. Su debut en la dirección de cine se produce en 1970 con "Whirlpool", cuyo buen recibimiento en diversos festivales, le permite ir encadenando películas en territorio británico, destacando de este periodo en título que ahora nos ocupa y "Symptoms" (1974), otra muestra de su gusto por el fantástico mezclado con dosis de erotismo malsano, elemento este que se convierte en punto distintivo de "Las hijas de Drácula" (1974), en el original "Vampyres". A la muerte de Franco, regresa a España, donde inicia una etapa marcada por sus colaboraciones con el productor José Frade, filmando comedia encuadrables en los modos y formas imperantes por aquel entonces. "La momia nacional" (1981), "Polvos mágicos" (1982) y la tremebunda "Los ritos satánicos del Diablo" (1982). El punto álgido de sus incursiones en la comedia vendrá con "Juana la loca...De vez en cuando" (1983), para luego tomarse un muy breve descanso de sus colaboraciones con Frade y filmar una miniserie sobre la vida del pintor aragonés Francisco de Goya, encarnado por el catalán Enric Majó, que le proporciona un notable prestigio...Pero Larraz es un artesano del oficio, que tanto sirve para un roto que para un descosido, Frade reclama su presencia en dos producciones españolas con las que pretende dar el pego, intentando hacerlas pasar por yanquis. Pero ni "Descanse en piezas" (1987) ni "Al filo del hacha" (1988), filmadas cuando el fuego del cine de terror hecho en España estaba casi medio apagado, al menos de manera momentánea, sirven para que el género se mantenga bajo mínimos, tanto cuantitativos como cualitativos. Tras una comedieta al servicio de los Morancos, "Sevilla connection" (1992), regresa de nuevo al medio televisivo, donde rueda una nueva miniserie de empaque, esta vez dedicada al malogrado Miguel Hernández. Es el año 2002 y ya no hay espacio ni para Larraz ni para el tipo de cine que practicaba.
Regresando a "Las hijas de Drácula" (1974), estamos ante un filme que por un lado parece una especie de respuesta al tipo de películas que por aquel entonces filmaba el francés Jean Rollin, pero con algo más de ritmo y un sentido fílmico igualmente algo burdo pero que al menos no resulta tan insoportable como el desplegado por Rollin en sus soporíferas peripecias de vampiras lesbianas. Larraz no se anda con pretenciosidades ni tonterías. Lo suyo es hacer un filme de terror erótico al uso, sin coartadas, en el que un par de beldades que se expresan mejor corporal que no dramáticamente (Marianne Morris y Anulka Dziubinska), encarnan (y nunca mejor dicho) a dos muertas en vida que seducen a incautos conductores practicando autostop. Tras seducirlos, se los llevan a su casa, una enorme mansión, donde los desangran sin compasión alguna. El problema surge cuando una de ellas no termina del todo el trabajo; su víctima, malherida pero consciente, no acaba de comprender la naturaleza de lo que está viviendo. En mitad de todo ello tenemos a una pareja de campistas, testigos de los trágicos sucesos y, en última instancia, víctimas del drama.
En su primer mitad, de sus escuetos ochenta minutos de duración, "Las hijas de Drácula" atesora, al menos desde mi punto de vista, algunos momentos francamente muy logrados, que dotan al filme de una atmosfera muy interesante y visualmente bien resuelta, salvo en los instantes más eróticos, que digamos que son un tanto pedestres, sin nada que envidiar a un filme erótico español del mismo periodo. Pero una vez llegados al ecuador del largometgraje, con todas las cartas sobre la mesa, Larraz se ve irremediablemente impulsado a concluir el filme, lo que hace que todas las ideas expuestas deban de resolverse con una explicación final que de sorpresiva tiene bien poco. La película, pues, si funciona, si deja un poso de mínimo interés en el espectador es por el tono embrutecido, malsano, de algunas escenas, más que por un conjunto que a grandes rasgos no ofrece mayores sorpresas porque uno ya se las imagina desde la primera, y contundente, primera escena.
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