Ayer en este blog que tienen ustedes a bien leer y que un servidor escribe en la soledad de su escritorio, mientras cae la noche y por las calles empieza ya a notar se las primeras señales de la cercana Navidad, al final de mi reseña dedicada al (muy buen) libro sobre Ed Wood, hice un comentario referente a un bolsilibro, "Quieto o disparo", realizado por uno de los más destacados y reivindicables autores de dicho género, Silver Kane, seudónimo del catalán Francisco González Ledesma.
El hecho es que llevaba días pensando en la idea de introducir algún comentario sobre este tipo de literatura, antaño muy consumida, especialmente en los cincuenta y sesenta, que se mantuvo a cierto nivel en los setenta, con la adaptación a los modos y formas de aquel periodo lleno de cambios políticos en nuestro país, y que luego en los ochenta inició un evidente y claro declive, aunque aún se mantuvo a pleno rendimiento hasta bien entrado el nuevo siglo.
Generalmente el bolsilibro ha sido denigrado por cierto sectores de la "alta cultura", que la consideraban poco menos que subliteratura, despachándola como un simple entretenimiento para clases iletradas, sin caer en la cuenta de que, se supone, los iletrados si son eso, iletrados, es porque no leen. Hoy en día podrán encontrarse algunos jóvenes que se engancharon a la lectura gracias a Harry Potter, pero es indudable que hay unas generaciones anteriores que si supieron apreciar la lectura fue gracias a estos pequeños libros de bolsillo, de apenas cien páginas, con una cubierta vistosa y que tanto podían ser del Oeste, como de Terror, Ciencia Ficción, Romántica o hasta deportiva o bélica.
Hoy en día el bolsilibro es pasto de coleccionistas, de habituales de los puestos de segunda mano o de tiendas "de chinos". Editoriales como Bruguera, Astri o Rollán llevan años convertidas en mero recuerdo en el cerebrito de algunos nostálgicos o acérrimos amigos del dato, que vienen a ser la misma persona en la mayoría de los casos. El hecho es que aún es posible encontrar libros de Marcial Lafuente Estefanía de forma más o menos regular en este tipo de puestos de venta, pero ya no son ediciones originales. Son reediciones que qudan olvidadas en alguna esquina del mostrador, para que alguien, de pronto, se percate de su existencia y, de pronto, recuerde cuando pilló alguna de pequeño y empezó a cogerle el gusto a eso de leer. Luego, pasado el tiempo, empezó a pillar a Lovecraft, Poe y Stephen King y fue progresando en sus gustos e intereses, pero de vez en cuando, muy de tarde en tarde, coge un Silver Kane y sigue deleitándose de la narrativa de este autor, que convertía sus páginas en una vorágine de hechos que te ametrallaban de forma absoluta, por no hablar de Lou Carrigan, maestro del "thriller", que con su "Perfume de rosas y muerte", cuya portada ilustra esta reseña, propone una trama de trasplantes oculares y agentes del FBI más duros que un tanque Sherman de la II Guerra Mundial.
En estos tiempos en que lo que menos se hace es leer, en que la cultura se halla en manos de sujetos verdaderamente desastrosos para su supervivencia, es casi un milagro que hasta las literaturas consideradas de segundo (cuando no de tercer) orden, se mantengan aún vivas y, hasta cierto punto, saludables. Al menos para algunos no han muerto del todo...
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