sábado, 1 de noviembre de 2014

LA CHICA QUE YO QUIERO

Amy es una estudiante tan inteligente como tímida, que bebe los vientos por Scott, prototípico ejemplo de estrella de fútbol en el instituto, incapaz de acercarse a él o de llamar su atención, Amy pide ayuda desesperada a Lisa y Teri, las peores de la clase, pero que son unas campeonas entre el sexo masculino, con el fin de que le den unos consejillos. Ajeno a todo esto, Scott también parece sentir algo por Amy, el problema está en que toda una serie de equívocos acabarán desembocando en una persecución de coches...
Hay una serie de directores que podemos calificar de versátiles, en tanto en cuanto saben moverse en cualquier género con soltura y buen nivel. Hay otros que lo que hacen es especializarse, demostrando siempre que en ese género, sea el que sea, saben lo que se hacen. ¿Pero qué ocurre cuando estamos ante un director que no domina ningún género, que es un verdadero zoquete?
Este es el caso de David DeCoteau, realizador que se labró sus primeras armas en esto de filmar bajo la protección de Roger Corman, aunque pronto tuvo que dedicarse al cine porno, con el fin de llegar a fin de mes. Decidido a labrarse una carrera "respetable", DeCoteau convenció a otro de los reyes del cine barato, Charles Band, para que le permitiera labrarse cierto prestigio, aunque fuera dentro del circuito del cine directo a vídeo, o en subproductos del calibre de "Dreammaniacs" (1986) o "Creepozoides" (1987). Con Band, DeCoteau pudo enlazar un rodaje tras otro, dejando muestras de su inusual sentido a la hora de afrontar géneros como el terror o el de ciencia ficción, dentro de los más estrictos márgenes de la serie Z.
En 1989 decide cambiar de tercio, apostando por una comedia estudiantil de planteamiento más cercano a las que se filmaban a primeros de los ochenta, pero que a finales de la década se hallaban ya en franco desuso. 
"La chica que yo quiero" (1989) es una comedia que se pretende cómica, pero en ocasiones es casi una grotesca sombra de artefacto presuntamente cómico, filmado con verdadera ineptitud. Una comedia, para que funcione, debe tener ritmo, una energía que haga que el público empatice con sus personajes y disfrute con ellos. En este filme, los personajes son todos unos memos de cuidado, trazados con líneas gruesas, que deambulan en pantalla con la idea de hacer reír pero que acaban por provocar vergüenza ajena. 
Filmada con muy pocos medios, "La chica que yo quiero" adolece de una puesta en escena pobretona, desangelada, colando secuencias de archivo, como la del partido de fútbol, que no cuadran con la acción del filme. Todo parece indicar que se rodó en casa de amigos, o en las de los propios actores, pero tampoco es que eso a DeCoteau le importe mucho, pues su absoluta negación para narrar con la cámara hace que el conjunto revele pronto su absoluta ineficacia como comedia. Cierto es que su pretensión era la de hacer una comedia grosera, pero hasta en eso la película es inútil. El director parece sentir también vergüenza de lo que está rodando, por lo que se dedica a dejar ciertos momentos fuera de cámara, por lo que inutiliza por completo su posible impacto en el espectador. 
Al final, en esta película lo poco que queda se concentra en el entusiasmo de la guapa y zalamera Linnea Quigley, actriz muy acostumbrada a ejercer funciones de "gancho erótico" en más de una y más de dos basurillas. En calidad de productora, Quigley podría haberse dedicado a lucir más palmito de lo que hace habitualmente. No es que en "La chica que yo quiero" no lo haga, porque lo hace en abundancia, pero digamos que el resto de compañeros son todos unos inútiles a la hora de actuar, enseñen o no las tetas en algún momento de la cinta. De este modo, el filme adquiere un aspecto casi amateur, disculpable si ésta fuera su verdadera identidad, pero el hecho es que fue filmada por profesionales con bastante carrera a sus espaldas como para filmar semejante fiasco. 
Una película inepta, hecha por verdaderos terroristas visuales...

En calidad de productora del filme, Linnea Quigley se reservó algunas escenas para lucimiento personal, especialmente físico, algo habitual en una carrera jalonada de muchas intervenciones similares en producciones de bajo o muy bajo presupuesto. A finales de los noventa llegó a España, donde trabajó a las ódenes del inclasificable y único Jesús Franco. 

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