Ya se sabe, hoy en día lo original parece que es algo que no tiene cabida, que no vende lo que debería vender. Hollywood apoya su supervivencia en grandes superproducciones, cargadas de efectos especiales, de mensajes que podrían ser obra de un niño de cinco años, o menos, que si no sale su superhéroe es muy probable que la cosa carezca de interés o, en última instancia, hacer remakes insustanciales que engrandecen aún más la grandeza del original, dando ganas de dar una buena tunda a sus responsables...
A la hora de juzgar una película como "Jurassic world" (2015/Colin Trevorrow) todos estos elementos podrían ser utilizados para valorar esta película, que no deja de ser un típico "blockbuster" veraniego, hecho con la clara (y en ocasiones sana) intención de que el respetable desconecte de la rutina por un par de horas. En eso, Trevorrow logra un triunfo pleno, pues esta cuarta entrega de la saga iniciada en 1993 por Steven Spielberg es eso, un pasatiempo filmado con una precisión milimétrica, aunque todo ello tenga tamaño gigantesco, como la del temible dinosaurio híbrido creado en los laboratorios del parque, reabierto en un futuro cercano.
El hecho es que la larga sombra spielbergiana domina todas y cada una de las secuencias de esta cinta, en la que su director intenta siempre rendir pleitesía al maestro, mediante guiños, peueños detalles que se van desperdigando por el metraje de la cinta en plan migas de pan, hasta llegar a un desenlace donde queda claro que Trevorrow es un director competente, que quizá haga grandeso cosas en el futuro pero que, en este caso, ha preferido dejar su impronta personal en casa, prefiriendo ponerse la careta de simple y llano amanuense al servicio de una Universal necesitada de un gran éxito y de un Spielberg que muy probablemente ya esté en su casa contando la pasta que le ha dejado el asunto en forma de beneficios.
El guión es lo de menos, básicamente es una excusa para homenajear los títulos precedentes y, llegado el momento preciso, ofrecer un circo de tres pistas, un "más difícil todavía", todo ello arropado con la música de Michael Giaccino que hace exactamente lo mismo, utilizar la melodía de John Williams para, luego, dejar las cosas claras, es todo más de los mismo, pero más grande y, por extensión, más hueco. El mensaje spielbergiano de la familia unida se mantiene, eso sí, incólume al paso del tiempo. Es en ese punto, en el mensaje final, donde Trevorrow deja entrever las posibilidades de dar un giro a la franquicia en próximas entregas (que las habrán...) que esperemos que mantengan el espíritu de sano divertimento de esta propuesta, poco original en el fondo, pero muy honesta en cuanto a intenciones en la forma. El dólar, señores, es el dólar.
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