La policía anda enfrascada en la caza y factura de un asesino en serie, un tipo que mata por el simple hecho de matar, tanto le da que sean hombres que mujeres, pues él mismo se hace llamar "El juez" pues cree que es un elegido de Dios para impartir su justicia sobre la Tierra. El agente Grant anda cada vez más obsesionado con capturar a este criminal, pero por más que encuentra indicios, lo cierto es que nunca logra hallar una pista fiable, lo que hace que le resulte frustrante proseguir con el caso. Para colmo de males, una entrometida periodista de una revista de talante sensacionalista, Ann Gorman, anda merodeando por los lugares donde acontecen los asesinatos, metiendo las narices donde no le llaman. Exasperado, Grant la echa con cajas destempladas, pero será Ann quien acabe dando con la punta del iceberg de un caso que parecía irresoluble...
En el momento de rodar "Ven tras de mí" ("Follow me quickly"/1949) Richard Fleischer era ya un profesional bregado en esto de rodar producciones en el marco de la serie B, contratado por la RKO, estudio donde se labró una muy buena reputación merced a que podía tocar amplitud de géneros, aunque en aquellos momentos su especialidad era el "thriller", género en el que debemos encuadrar esta trepidante muestra de cine negro elaborado con poco presupuesto pero con algunos apuntes visuales que vislumbran al director que, a mediados de los cincuenta, y ya con mayores medios, cimentará una carrera tan amplia como variada e interesante.
A partir de un argumento en el que colaboró otro director de amplio registro, Anthony Mann, "Ven tras de mí" es un relato sobre una investigación policial cuyo objetivo final era la de dejar clara la profesionalidad de la policía y cómo sus procedimientos, por complicados o delirantes que fueran, servían para dar caza al asesino.
Lo mejor de la película radica precisamente en ese aire documental que desprenden las escenas sobre la investigación de los policías. Lo de menos es una trama sentimental un tanto metida con calzador, que no casa demasiado con una película en la que Fleischer se permite juguetear con elementos que, años más tarde, vertebrarán dos de sus obras maestras, como son "Impulso criminal" (1959) y "El estrangulador de Boston" (1968). Es en sus breves apuntes sobre la personalidad del asesino en serie donde el responsable de "Cuando el destino nos alcance" (1973) donde la película logra trascender su condición de simple película de complemento para programas dobles, dotándola de una personalidad propia muy acusada, que la sitúan como un muy buen ejemplo de las virtudes de un director que supo siempre cómo tocar todos los palos de la baraja, repartiendo en ocasiones muy bien las cartas sobre el tapete, en forma de obras maestras.
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