Suele decirse, y en muchas ocasiones, con razón, que los tebeos de la Marvel en los noventa no eran lo que se dice muy buenos, más bien todo lo contrario. La llamada "Casa de las ideas" cayó en las malas manos de un grupo de dibujantes, como Todd MacFarlane o Rob Liefeld que confundían espectacularidad con hacer viñetas muy grandes, con muchos personajes musculosos saltando de un lugar a otro y mucha maciza dando la réplica sexy. El resultado: unos cómics profundamente burdos en cuanto a su contenido que, hoy en día, han quedado profundamente envejecidos si se los compara con los títulos creados una década antes. En cierta forma, el dar poder a según qué clase de dibujantes para que, a su vez, ejercieran de guionistas, era un reto que pronto quedó claro que les iba grande.
Como suele ocurrir, hay excepciones, y en el caso que nos ocupa hay que hablar de la serie dedicada a "El motorista fantasma", la cual fue resucitada en Mayo de 1990 en una colección que, afortunadamente, contó con la ventaja de estar escrita por un guionista, Howard Mackie que, sin ser un lumbrera, al menos se esforzaba por hacer un título medianamente entretenido. En el apartado gráfico, Mackie estuvo acompañado de Javier Saltares y de su cuñado, Mark Texeira que, en funciones de entintador, se marcó un trabajo de relumbrón, tras varios años batiéndose el cobre en colecciones de segunda en la competencia, DC Comics. Con "El motorista fantasma" Texeira pasó a la serie A de manera automática y muy merecidamente.
"El motorista fantasma", como personaje, nació a primeros de los setenta, en un momento en el cual los personajes de terror estaban muy de moda. Marvel estaba muy metida en el asunto, gracias su línea de terror, encabezada por "La tumba de Drácula". El cómic, que narraba las desventuras de Johnny Blaze, un motorista acrobático que firma un pacto con el Diablo, se erigieron en uno de esos títulos que solamente podían surgir en los setenta, logrando una gran popularidad, manteniéndose once años en las tiendas hasta que, en 1983, echó el cierre de manera, parecía, definitiva.
Mackie, en esta nueva etapa, decidió que la serie debía empezar de cero, dejando de lado al carismático Blaze y adoptando a una figura que resultara más próxima a los jóvenes de los noventa. Así pues el protagonismo recae en Danny Ketch (*), un joven que vive en los barrios bajos de la gran ciudad, un muchacho que ha crecido en un ambiente familiar muy complicado, sin figura paterna, con una madre luchadora y una hermana que le ha servido de apoyo en los momentos más complicados. Es precisamente el hecho de que ésta resulte malherida en un fuego cruzado entre mafiosos que provocará que, en su intento por salvar la vida tanto suya como de su hermana, Danny encuentre abandonada la moto maldita, viéndose obligado a asumir el rol de motorista fantasma.
Como he dicho anteriormente, Howard Mackie es un guionista que, sin ser de esos que marcan una pauta autoral, saben cómo hacer un buen cómic de acción y aventuras, con sus necesarias pizcas de horror. Esto permite que la trama progrese de manera muy inteligente y sin demasiados sobresaltos, permitiendo conocer cómo el protagonista va asumiendo un rol con el que siente a disgusto, pero que debe llevar a cabo, en tanto en cuanto su pretensión es proteger a los suyos. A pesar de sus esfuerzos, una decisión fatídica tendrá trágicas consecuencias para su destino, aunque ello le hará tomar conciencia definitva de su papel como nueva encarnación del motorista fantasma. Francamente lograda y remarcable...
Por fortuna, en los noventa, y en lo que respecta a la Marvel, no todo fue testosterona.
(*) Indicar que, posteriormente, el personaje de Johnny Blaze sería rescatado en el desarrollo argumental planteado por Mackie para, posteriormente, recuperar la titularidad de la motocicleta infernal. La tradición es la tradición, y Blaze poseía demasiado carisma como para ser sustiuído de buenas a primeras por un muchacho de la parte baja de Nueva York, con todos los respectos debidos a sus habitantes, ojo.
Como suele ocurrir, hay excepciones, y en el caso que nos ocupa hay que hablar de la serie dedicada a "El motorista fantasma", la cual fue resucitada en Mayo de 1990 en una colección que, afortunadamente, contó con la ventaja de estar escrita por un guionista, Howard Mackie que, sin ser un lumbrera, al menos se esforzaba por hacer un título medianamente entretenido. En el apartado gráfico, Mackie estuvo acompañado de Javier Saltares y de su cuñado, Mark Texeira que, en funciones de entintador, se marcó un trabajo de relumbrón, tras varios años batiéndose el cobre en colecciones de segunda en la competencia, DC Comics. Con "El motorista fantasma" Texeira pasó a la serie A de manera automática y muy merecidamente.
"El motorista fantasma", como personaje, nació a primeros de los setenta, en un momento en el cual los personajes de terror estaban muy de moda. Marvel estaba muy metida en el asunto, gracias su línea de terror, encabezada por "La tumba de Drácula". El cómic, que narraba las desventuras de Johnny Blaze, un motorista acrobático que firma un pacto con el Diablo, se erigieron en uno de esos títulos que solamente podían surgir en los setenta, logrando una gran popularidad, manteniéndose once años en las tiendas hasta que, en 1983, echó el cierre de manera, parecía, definitiva.
Mackie, en esta nueva etapa, decidió que la serie debía empezar de cero, dejando de lado al carismático Blaze y adoptando a una figura que resultara más próxima a los jóvenes de los noventa. Así pues el protagonismo recae en Danny Ketch (*), un joven que vive en los barrios bajos de la gran ciudad, un muchacho que ha crecido en un ambiente familiar muy complicado, sin figura paterna, con una madre luchadora y una hermana que le ha servido de apoyo en los momentos más complicados. Es precisamente el hecho de que ésta resulte malherida en un fuego cruzado entre mafiosos que provocará que, en su intento por salvar la vida tanto suya como de su hermana, Danny encuentre abandonada la moto maldita, viéndose obligado a asumir el rol de motorista fantasma.
Como he dicho anteriormente, Howard Mackie es un guionista que, sin ser de esos que marcan una pauta autoral, saben cómo hacer un buen cómic de acción y aventuras, con sus necesarias pizcas de horror. Esto permite que la trama progrese de manera muy inteligente y sin demasiados sobresaltos, permitiendo conocer cómo el protagonista va asumiendo un rol con el que siente a disgusto, pero que debe llevar a cabo, en tanto en cuanto su pretensión es proteger a los suyos. A pesar de sus esfuerzos, una decisión fatídica tendrá trágicas consecuencias para su destino, aunque ello le hará tomar conciencia definitva de su papel como nueva encarnación del motorista fantasma. Francamente lograda y remarcable...
Por fortuna, en los noventa, y en lo que respecta a la Marvel, no todo fue testosterona.
(*) Indicar que, posteriormente, el personaje de Johnny Blaze sería rescatado en el desarrollo argumental planteado por Mackie para, posteriormente, recuperar la titularidad de la motocicleta infernal. La tradición es la tradición, y Blaze poseía demasiado carisma como para ser sustiuído de buenas a primeras por un muchacho de la parte baja de Nueva York, con todos los respectos debidos a sus habitantes, ojo.
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