lunes, 4 de agosto de 2014

DRÁCULA 73

En 1872, en Hyde Park, Drácula y su más contumaz enemigo, el valeroso Van Helsing, se hallan enfrascados en la batalla definitiva, aquella que, por fin, dará fin a la existencia terrenal del Rey de los Vampiros. Aún a sabiendas de que ello puede significar su sacrificio, Van Helsing pone toda sus energías en derrotar al Conde, como así sucede. Ambos mueren, pero una figura entre sombras, emparentada con Drácula, se hará cargo de las cenizas del terrible vampiro, guardándolas con el fin de utilizarlas en un futuro. Cien años después, en el Londres bullicioso a la par que ignorante, un grupo de jóvenes son ajenos a su destino, ligado a la resurrección dr Drácula. La policía, desconcertada, hallará la ayuda de un descendiente de Van Helsing, quien teme que su nieta pueda ser el motivo central de una venganza que ha esperado cien años para ejecutarse...
En 1972 el terror de raíces góticas practicado por la Hammer Films andaba ya de capa caída, el estreno de propuestas como "La noche de los muertos vivientes" (1968) o la posterior "El exorcista" (1973)*, que apostaban por el realismo a carta cabal, hacían inviable que los viejos esquemas anglosajones del terror pudieran interesar a una audiencia interesada en algo más "fuerte", que conectase con sus miedos más profundos y atávicos. Decididos a no perder el paso, los mandamases del estudio decidieron modernizar la franquicia de Drácula, convenciendo a sus dos principales estrellas, Christopher Lee y Peter Cushing, de que encabezasen el plan "renove".
En la silla de director se situó a Alan Gibson, realizador procedente del medio televisivo, quien junto a Peter Sasdy vino a configurar una nueva hornada de directores que debían ser el mascarón de proa de una nueva era para la compañía británica. El primero, dentro de sus limitaciones, cumplió su tarea entregando algunos títulos ciertamente muy remarcables, caso de "Las manos del destripador" (1972) o "La condesa Drácula" (1971). Al segundo, le tocó bregar con un encargo que quizá estaba por encima de sus posibilidades como realizador, siendo el responsable, junto con la posterior "Los ritos satánicos de Drácula" de asestar el golpe que llevaría al inicio del fin de la Hammer...
Pero tampoco es cuestión de echar todas las culpas sobre el pobre Gibson; el guión, original de Don Houghton, no era un echado de virtuosismo e imaginación que digamos; Christopher Lee aceptó el trabajo más por una cuestión de amistad personal que no por verdadero interés. Al ser un actor con cierto caché, pidió una importante suma de dinero, que los productores no podían asumir. Solución: hicieron que sus apariciones fueran pocas, apenas cuatro o cinco a lo sumo, y bien cortas, con lo cual la historia quedaba de un desangelado que tumba de espaldas. Pese a los ímprobos esfuerzos de ese pedazo de profesional que era Peter Cushing, la película se sostiene sobre unas patas muy endebles. Si hoy en día funciona "Drácula 73" es por representar el canto del cisne de un modo de hacer y entender el cine de terror, además de por contar con la presencia de dos "monumentos"  del calibre de Stephanie Beacham y Caroline Munro, que asumen con entusiasmo y plena convicción su evidente condición de estimulantes presencias para las retinas del aficionado. La posterior "Los ritos satánicos de Drácula" cerraría el ciclo de una franquicia memorable en su primera mitad, cuando un director como Terence Fisher sí supo jugar bien las bazas del gótico y el juntar a dos figuras, ya icónicas, como las de Christopher Lee y Peter Cushing, sin que el resultado final resultara, al final, de un tono crepuscular y decadente, algo muy alejado de las pretensiones, claramente revisionistas y modernizadoras, aunque muy mal asimiladas, por sus principales responsables. Como muestra la presencia de la banda de rock "Stoneground", que la película pretendía lanzar como plataforma de lanzamiento al mercado musical, quedando, a la hora de la verdad, en su triste despedida, porque posteriormente no se les volvió a pillar encima de un escenario. 




* La Hammer, tardíamente, y ya herida de muerte, aprovecharía el influjo del éxito de la película de William Friedkin para impulsar la muy pobretona "La monja poseída" (1976), una coproducción con Alemania, en la que una jovencita Nastassja Kinsky se codeaba con un desorientado Christopher Lee y un declinante Richard Widmark. El resultado final fue el remate final, por nula recepción comercial, para la compañía británica. 

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