Leslie Tucker es un británico que, finalizada la Segunda Guerra Mundial, decide quedarse en Los Ángeles con el fin de dedicarse a la investigación privada. Una noche aparece por su oficina un hombre, recién salido de la cárcel, con la intención de que localice a su querida hija, a la que dio en adopción poco antes de entrar en chirona. Tucker, tras hacer algunas pesquisas, descubre que la niña fue adoptada por los Pendergast, una tan rica como excéntrica familia. Sus sospechas se centran en las dos hermanas Pendergast, pues una de ellas tiene que ser la muchacha que busca. La cosa se complica cuando su cliente aparece muerto, empiezan a perseguirle unos matones algo destartalados y una de las hermanas Pendergast revela su verdadera identidad, así como un entramado de secretos del pasado y mentiras del presente gordo, pero que muy gordo...
En la primera mitad de los setenta, y como resultado del éxito de películas como "El padrino" (1971/Francis Coppola) y su primera secuela, así como de otra joya del nivel de "Chinatown" (1973/Roman Polansky), hubo cierto interés por despertar el espíritu del viejo cine negro de los años treinta y cuarenta, aunque dotándolo de un tono desmitificador muy de los setenta. La moda, como han podido ver por los títulos citados, dio algunas películas del todo imprescindibles, pero también títulos que supusieron fracasos comerciales de los que hacen época, caso de la que aquí les presento y de "Dos pillos y una herencia" (1975/Mike Nichols), en la que dos astros del nivel de Warren Beatty y Jack Nicholson pergueñaron un vehículo para su total lucimiento que acabó pegándose una buena castaña en taquilla.
"Un ditective curioso" (1975/Peter Hyams) se montó al rededor de un esquema muy parecido al de "Dos pillos y una herencia", esto es, contar con dos estrellas de relumbrón (un Michael Caine pletórico de energía y en su mejor momento, cruzándose con una Natalie Wood que, pese a su solidez como actriz, no estaba viviendo una situación profesional demasiado boyante, pero que mantenía su encanto casi mágico) en un argumento que mezclaba comedia de toques algo sofisticados (casi "british", Caine obligaba a ello) y un sentido homenaje y pleitesía a los modos y formas del cine negro clásico. La cosa, en principio, debiera haber funcionado como un reloj pero, tal y como sucedió con "Dos pillos y una herencia", el público le dio la espalda, significando otro buen hostión comercial.
¿Eso quiere decir que estamos ante una mala película? Sí y no. A "Un detective curioso" la salva el indudable
carisma y encanto desplegados por una pareja de actores que quizá hubieran merecido de un guión algo más redondo donde hincar el diente. El libreto, original de W.D. Richter, un muy buen guionista, por otra parte, no acaba de cuajar como consecuencia de unos momentos de comedia algo insustanciales, mezclados con otros donde brilla el ingenio. Pero éstos últimos son demasiado pocos como para que la película acabe resultando una comedia cuando menos efectiva, algo que se hace patente en su parte final, francamente olvidable, donde parece que a sus responsables iban con prisas por acabar la película cuanto antes.
El responsable de dirigir la película fue un realizador de los que podríamos calificar de la "vieja escuela", Peter Hyams. Hombre versátil y reconocido por sus prestaciones profesionales (suele firmar también la fotografía de los filmes que dirige), Hyams debuta en el medio televisivo en 1972, para dos años más tarde lanzarse a la gran pantalla con "Manos sucias sobre la gran ciudad", un drama policial muy al estilo de "French connection" (1971/John Frankenheimer). Tras el fracaso de "Un detective curioso", recupera fuelle con la muy curiosa "Capricornio Uno" (1977), sobre una conspiración de altos vuelos encuadrada en la NASA y un supuesto viaje espacial a Marte. A partir de entonces simulteanará todo tipo de estilos y géneros, destacando siempre por saber moverse con solvencia y buen tino. De esta etapa pueden citarse "La calle del adiós" (1979), melodrama de esos "que ya no se hacen" pero que él resolvió con buena nota; una nueva incursión en la ciencia ficción hecha con brío, me refiero a "Atmósfera cero" (1981) o el "thriller" "Los jueces de la ley" con Michael Douglas enfrentado a un grupo de jueces que ejercen su oficio de espaldas a la sociedad, mediante juicios de carácter sumarísimo.
En 1984 se atreve con una secuela ni más ni menos que de "2001, una odisea del espacio", "2010, odisea dos". El hecho de hacer una secuela de un filme tan emblemático como el de Kubrick es, sobre el papel, un atrevimiento digno de colosos, pero los resultados, ni artísticos ni comerciales, acompañan. A partir de entonces su carrera pasará por una larga etapa de productos hasta cierto punto logrados, entretenidos, que demuestran que es un profesional como la copa de un pino, pero cada vez más impersonales, como muy del montón. En 1995 logra resarcirse mediante "Sudden death. Muerte súbita", un filme hecho a la medida de un por aquel entonces lanzadísimo Jean Claude Van Damme. La pareja logra repetir, y aumentar, el éxito con "Time cop" (1996), que es quizá uno de los títulos más señeros del musculoso belga. "The relic" (1997), su nueva apuesta por el género fantástico, demuestra que quien tuvo, retuvo. Desgraciadamente, una serie de traspiés comerciales le llevarán a tener que volver a la pequeña pantalla, cuando no a trabajar de nuevo con Van Damme, pero un Van Damme que ya estaba muy lejos del éxito de antaño, con sus filmes estrenados directamente en DVD, cuando no ni eso, pues su último filme estrenado entre nosotros, "Cerco al enemigo" (2013), y dirigido por Hyams, ha conocido pase televisivo, pero no distribución en formato digital, y no hay visos de que la situación vaya a cambiar a corto plazo.
"Un detective curioso" es un producto que, sin ser molesto, sin ser una mala película, tampoco logra afinar las muchas posibilidades de una historia que pedía a gritos un Mel Brooks que la dotara de algo más de mala uva. Michael Caine y la pobre Natalie Wood bien lo merecían, puñetas. Son ellos dos quienes sustentan el peso de un filme fallido pero no por ello despreciable.
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