El volumen no escatima episodios que van de lo escandaloso a lo escabroso; uno, tras terminar el libro, puede creer o no todo lo que dice Bowers con respecto a sus peripecias con toda esta pléyade de intérpretes inolvidables. Para intelectuales como Gore Vidal, lo que explica Bowers es verdad, en tanto en cuanto los actores suelen ser poco dados a contar verdades sobre su vida. Cada uno puede ser libre de creerle o no. Algunos episodios resultan ciertamente difíciles de tomarse en serio, pero es indudable que Bowers, que a sus noventa años posee una memoria casi fotográfica, fue el testimonio principal de las intentonas de un ya muy decadente Errol Flynn para mantener intacta su fama como semental imparable, aunque la realidad, al menos en aquellos días era bien distinta. O de las peculiares aficiones culinarias de Charles Laughton; pasando por el tiquismiquis de Montgomery Clift, que nunca se mostraba del todo satisfecho con la gente que Bowers le traía a su casa para pasar un rato más que agradable. O la conducta, casi suicida, de Rock Hudson, que pasó de un matrimonio de conveniencia preparado por la universal con otra aspirante a actriz (lesbiana), a salir a la búsqueda de amantes de la peor calaña en los peores barrios de Los Ángeles. Todas las estrellas tienen su cara oculta, y Bowers fue confidente y testigo autorizado de una época ya del todo perdida. No llega a los niveles de "Hollywood babilonia", la inolvidable recopilación de escándalos y barbaridades que Kenneth Anger convirtió en biblia para el aficionado más desprejuiciado, pero es una obra francamente curiosa y divertida de leer. Pero ya les digo, considerar algunas de sus revelaciones como verdaderas ya depende de cada lector. No recomendada para lectores fácilmente escandalizables ni mitómanos irredentos, porque pueden llevarse más de un chasco con algunos de sus ídolos.
lunes, 18 de noviembre de 2013
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El volumen no escatima episodios que van de lo escandaloso a lo escabroso; uno, tras terminar el libro, puede creer o no todo lo que dice Bowers con respecto a sus peripecias con toda esta pléyade de intérpretes inolvidables. Para intelectuales como Gore Vidal, lo que explica Bowers es verdad, en tanto en cuanto los actores suelen ser poco dados a contar verdades sobre su vida. Cada uno puede ser libre de creerle o no. Algunos episodios resultan ciertamente difíciles de tomarse en serio, pero es indudable que Bowers, que a sus noventa años posee una memoria casi fotográfica, fue el testimonio principal de las intentonas de un ya muy decadente Errol Flynn para mantener intacta su fama como semental imparable, aunque la realidad, al menos en aquellos días era bien distinta. O de las peculiares aficiones culinarias de Charles Laughton; pasando por el tiquismiquis de Montgomery Clift, que nunca se mostraba del todo satisfecho con la gente que Bowers le traía a su casa para pasar un rato más que agradable. O la conducta, casi suicida, de Rock Hudson, que pasó de un matrimonio de conveniencia preparado por la universal con otra aspirante a actriz (lesbiana), a salir a la búsqueda de amantes de la peor calaña en los peores barrios de Los Ángeles. Todas las estrellas tienen su cara oculta, y Bowers fue confidente y testigo autorizado de una época ya del todo perdida. No llega a los niveles de "Hollywood babilonia", la inolvidable recopilación de escándalos y barbaridades que Kenneth Anger convirtió en biblia para el aficionado más desprejuiciado, pero es una obra francamente curiosa y divertida de leer. Pero ya les digo, considerar algunas de sus revelaciones como verdaderas ya depende de cada lector. No recomendada para lectores fácilmente escandalizables ni mitómanos irredentos, porque pueden llevarse más de un chasco con algunos de sus ídolos.
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