En un exótico paraje de Brasil,
en las instalaciones de una mina de esmeraldas, se produce un robo en su caja
fuerte, llevado a cabo por un grupo de atracadores profesionales, acompañados
de una mujer, esposa del organizador del asunto, un antiguo empleado de la
compañía, que la abandonó como consecuencia de sus problemas de salud. Con el
fin de no levantar sospechas, pues permanecen como supuestos turistas en un
hotel de lujo de la zona, arrojan el botín a un lago, sin saber que éste está
infestado de pirañas. A medida que pasa el tiempo, la desconfianza crece; la
llegada de un equipo de fotografía, que tiene que hacer un reportaje de moda,
así como un oportuno huracán, provocarán que los acontecimientos se precipiten,
impulsados por la codicia de unos y la capacidad carnívora de las pirañas…
Coproducción a cuatro bandas
(Gran Bretaña, Italia, Brasil y Estados Unidos), “Pirañas asesinas” (1979),
estrenada comercialmente en España como “Voracidad”, título que mantuvo en sus
primeras ediciones en Beta y VHS a primeros de los ochenta, es una muy
entretenida cinta de aventuras, con unas gotas de “thriller” y algo de horror,
gracias a la presencia de las citadas pirañas, sin dejar de lado un componente
muy cercano a los postulados del cine de catástrofes, que por aquellos años
todavía causaba cierto furor en las taquillas, aunque al año siguiente, el
estrepitoso fiasco de “El día del fin del mundo” (1980/Irwin Allen), el género
daría el carpetazo final, al menos de manera momentánea, a la moda que
“Aeropuerto” (1970) había propuesto a primeros de la década de los setenta. La
presencia de James Franciscus, intérprete muy afín al cine de género europeo,
aún siendo americano, y presente en alguna de las últimas muestras de este tipo
de cine refrenda las claras intenciones de ubicar la película dentro de dicho
contexto genérico. Las pirañas, por su parte, beben de las fuentes de “Tiburón”
(1975/Steven Spielberg), solamente hay que fijarse en el clímax final, en el
río, cuando los supervivientes están atrapados por las pirañas, para ver que
Margheritti tuvo muy en cuenta la citada obra maestra para filmar la cinta que
nos ocupa.
El filme fue una apuesta del
productor británico Sir Lew Grade, quien había obtenido sus buenos cuartos con
“El puente de Casandra” (1976), contando con el apoyo de otro magnate del cine,
el italiano Carlo Ponti. En el caso de “Pirañas asesinas”, Grade decidió
asociarse con el hijo de éste, Alex, además de con la productora del actor Lee
Majors, que mantenía junto a su entonces esposa, la bella Farrah Fawcett.
Pese a tanto potentado unido, lo
cierto es que, en líneas generales, la película no da la imagen de una
superproducción al uso, siendo más bien una serie B con posibles, facturada con
probada eficacia por un artesano del cine de género, el italiano Anthony
Margheritti (1930-2002), que demostró su efectividad dirigiendo las secuencias
más espectaculares, con mayor número de efectos especiales, así como su escasa
capacidad para lograr interpretaciones convincentes, las cuales se resuelven
más bien a base de clichés (la esposa codiciosa, el marido que oculta aviesas
intenciones, el ladrón simpático y valiente a más no poder, la modelo que
quiere romper su imagen de chica tonta…), aunque la sorpresa salta con los
personajes encarnados por Marisa Berenson (ésta sí, modelo en la vida real,
pero que aquí no se desenvuelve demasiado bien como, precisamente, responsable
de un equipo de rodaje publicitario) y Anthony Steffen (reconocible para los
amantes del cine del Oeste rodado en tierras almerienses, Antonio DeTeffè era
su nombre real), un guía turístico cuyas posibilidades nunca son potenciadas
como sería de desear.
Aún cuando sus defectos pueden
ganar mayor terreno que sus aciertos, que los tiene, principalmente gracias a
la capacidad de Margheritti para crear un ritmo ágil en el montaje, que hace
que la película suba enteros y no decaiga ni un minuto, “Pirañas asesinas” es
otra de esas obras que demuestran que el cine de género hecho en Italia, aún en
régimen de coproducción con otros países, poseía un encanto especial, derivado
de que sus reponsables sabían plenamente cuáles eran sus limitaciones, actuando
con la suficiente inteligencia y oficio como para superarlas y convertirlas en
ventajas y, en conjunto, en una película tan atractiva como ésta. Y de oficio,
Margheritti andaba más que sobrado.
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