En una tranquila localidad
estadounidense, una de ésas en la que nunca parece suceder nada digno de
consideración, repta por su subsuelo una amenaza en forma de babosas, que han
mutado hasta convertirse en una especie carnívora. Un inspector de sanidad, valiente
como él solo, y contra los poderes fácticos, que andan a la greña con la
construcción de un centro comercial, se hará cargo de la situación. Las
babosas, por su parte, hambrientas de carne humana, harán de las suyas
cargándose a cuanta persona pillen por su camino…
El valenciano Juan Piquer Simón
(1935-2011) apareció en un momento en el cual el cine de género en España
andaba ya dando sus primeras señales de crisis. A pesar de ello, Piquer Simón
no se amilanó, y debutó ni más ni menos que con una adaptación de “Viaje al
centro de la Tierra” (1977), rodada en inglés, contando con la distribución de
la AIP americana y con actor, el británico Kenneth More, entonces muy popular
por su papel en la serie televisiva del Padre Brown. El descomunal éxito
comercial de la apuesta, segunda película más taquillera de aquel año, por
detrás de “La guerra de las galaxias” (“Star Wars”/1977/George Lucas), propició
que el realizador siguiera la senda del cine de aventuras más familiar y con
clara intención de atraer a las audiencias juveniles de la época, aportando
títulos como “Supersonic Man” (1979), “Los diablos del mar” (1981), otra
versión de una novela de Verne, en este caso “Un capitán de quince años” y “Misterio
en la isla de los monstruos” (1981), donde el legandario Peter Cushing, ya en
el los últimos estertores de su extraordinaria carrera, se daba la mano con
nuestro Hombre Lobo particular e intransferible, Paul Naschy.
Ahora bien, en mitad de tanto
cine de aventuras hecho con pretensiones de apostar por un cine de aventuras
tradicional, puro, Piquer Simón aprovechó la moda de “Viernes 13” (1980) para
filmar la muy contundente “Mil gritos tiene la noche” (1981), suerte de
explotación del modelo yanqui, de nuevo rodado en inglés pero con equipo
técnico netamente español y algunos intérpretes americanos de segunda división
para dar el pego. Y lo logró con creces, obteniendo de nuevo una respuesta en
taquilla francamente remarcable.
“Slugs, muerte viscosa” nació con
unos planteamientos similares; contando con el respaldo financiero de Raffaella DeLaurentiis, hija del famoso
magnate del cine, que por aquel entonces andaba con la idea de situarse también
como productora, Piquer Simón puso en marcha este homenaje al cine de ciencia
ficción de los años cincuenta, adaptándolo a los parámetros de la serie B de
los ochenta, esto es, con un poc más de salsa y pimienta. Vamos, que le puso
algo más de sangre e higadillos, con unas gotitas de erotismo de andar por casa
para que el conjunto cuajara a la perfección. Y cabe decir que la cosa volvió a
salirle más que redonda.
Con sus imperfecciones, entre las
que cabe destacar el principal “handicap” de Piquer Simón, su escasa, por no
decir nula, pericia a la hora de dirigir a los actores, que deambulan más que
interpretan, de manera en ocasiones harto artificiosa, lo que resta enjundia
dramática al asunto, “Slugs, muerte viscosa” es una vistosa aportación española
al género de terror y ciencia ficción, que se ve con gusto, por cuanto su
realizador, ante todo un artesano enamorado de su trabajo, pero que sobre todo
supo siempre muy bien cómo venderse al exterior. Puede que sus excesos gore
puedan resultar sumamente difíciles de ver, por el asco que dan, más que las
propias babosas, pero posee un encanto de clase B que la hace simpática y francamente
atractiva.
Piquer Simón incidiría en la
mixtura ciencia ficción-terror con la
también muy recomendable “La grieta” (1989), pero a partir de ahí las cosas
irían cuesta abajo. Las cambiantes circunstancias del cine de género hecho en
España provocaron que el siguiente proyecto dirigido por el valenciano, “La
mansión de Cthulhu” (1991) sufriera una complicada gestación, que sumada a una
posterior distribución, muy deficiente, en vídeo, determinó que su director
abandonara el cine de terror de raíz más gore para regresar al campo del cine
de aventuras. Pero el panorama de primeros y mediados de los noventa no era ya
el mismo de finales de los setenta, y “La isla del Diablo” (1994) y “Manoa, la
ciudad de oro” (1996) fueron recibidas con total y absoluta indiferencia,
determinando, tristemente, el final de su actividad profesional como cineasta.
Juan Piquer, a la derecha de la imagen, dando indicaciones en pleno rodaje de "Slugs, muerte viscosa", uno de sus grandes éxitos comerciales. |