Si a la hora de hablar de “Warnings” (2003/Christian McIntire) ponía de
relieve la escasa categoría de las producciones realizadas directamente para su
distribución directa a vídeo, con “Invasión final” (2002) debemos hacer, hasta
cierto punto, una excepción, que en gran medida confirma la regla.
Dirigida por Sean S. Cunningham, antaño uno de los principales motores
creativos de “Viernes 13” (1980), de la que luego produjo el resto de secuelas,
a cada cual peor, “Invasión final” es un tan simple como francamente honesto
homenaje al cine de invasiones alienígenas de los años cincuenta, con fugas, la
contemporaneidad obliga, a “Expediente X” (1993-2002), teleserie creada por
Chris Carter, que por aquellos días se hallaba enlazando su novena y última temporada.
En el transcurso de una descomunal tempestad de nieve, un grupo de personas
quedan atrapadas en un aeródromo. La llegada de un par de policías que
trasladan a un convicto de asesinato (Bruce Campbell), hace que la tensión vaya
en aumento, tensión que finalmente estallará cuando el convicto sea testigo de
cómo un sacerdote enseña su verdadera naturaleza, la de un peligroso
alienígena, que mata a los dos policías antes de ser eliminado por el preso. La
desaparición del cuerpo sin vida del alien hace que todas las sospechas caigan
sobre el presunto criminal, quien tiene la sospecha de que el extraterrestre no
andaba solo por la zona, y que uno, o varios, de los atrapados en el pequeño
aeropuerto, son de otro planeta y andan a la greña para ejercer de primera
línea en la invasión. Una aguerrida piloto (Chase Masterson) ayudará al preso a
hacer frente a una situación cada vez más complicada…
Al contrario de “Warnings” (2003) que también tocaba la temática de las
invasiones extraterrestres, “Invasión final” es un producto que en ningún
momento oculta su falta de pretensiones, así como de medios. Cunningham,
director de estilo limitado, sabe en todo momento cuáles son sus puntos flacos,
por lo que en gran medida intenta no irse por los cerros de Úbeda, ofreciendo
una película francamente entretenida, resuelta con grandes dosis de dinamismo e
ingenio.
Bruce Campbell, cuyo personaje, un antihéroe cortado según patrones muy
carpenterianos (de John Carpenter) otorga carisma y prestancia a su papel de
convicto que lucha por no verse superado por las circunstancias en las que se
ve envuelto. Nadie le cree, solamente la piloto interpretada por la televisiva
Chase Masterson, pues el resto de personajes parecen ocultar su verdadera
personalidad e intenciones. Como he dicho antes, Cunningham es un director
escasamente dotado a niveles creativos, por lo que tampoco se exprime demasiado
el cerebro y va a lo directo, a lo esencial. Un buen ejemplo es la secuencia
del detector de equipajes, por donde deben pasar los personajes para saber cuál
de ellos es extraterrestre. Su ejecución es pedestre a más no poder, pero no
desentona en el conjunto de una película que busca la complicidad del
aficionado al género, que sabrá pillarle el tono sin lugar a dudas.
“Invasión final” (2002) formó parte de una serie de producciones que la
cadena USA Cable puso en marcha con el fin de realizar películas de género con
apariencia de cintas de bajo presupuesto. “Mentes cautivas” (“Control
factor”/2003), dirigida por el televisivo Nelson McCormick, realizador habitual
de muy muchos episodios de las más diversas series para la pequeña pantalla, es
un producto que parece utilizar un guión desechado para “Expediente X”. Su
apuesta visual, absolutamente insulsa y falta de personalidad, la convierten en
una película francamente bien poco remarcable, de la que solamente puede
salvarse la solvencia de su protagonista, Adam Baldwin, y la presencia de una
guapa, hermosa, Elizabeth Berkley, único elemento sugestivo de una película
que, precisamente, habla de sugestiones y control mental. La tercera del lote
es “El santo pecador” (“The saint sinner”/2002), una producción ideada por
Clive Barker que, si además de haberla producido e ideado, la hubiera dirigido,
muy probablemente estaríamos hablando de una película francamente considerable,
pero que en manos del muy anodino Joshua Butler resulta un fiasco de
proporciones vergonzantes.
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