Beowulf, un guerrero solitario, llega a un apartado castillo azotado por el
horror de un monstruo que campa a sus anchas por el lugar. El noble del
castillo, ayudado por su hija y un joven pero algo engreído oficial, mantienen
el tipo con las escasas fuerzas disponibles, que además deben tener en cuenta
que están siendo sitiados, con lo cual las posibilidades de encontrar ayuda son
prácticamente nulas. Pese a la desconfianza inicial, Beowlf se convertirá en su
única esperanza ante el avance de Grendel, una criatura en apariencia
indestructible.
El mismo año en que protagonizaba “Resurrección” (1998), de nuevo bajo las
órdenes de Russell Mulcahy, quien había filmado uno de sus mayores éxitos
profesionales, “Los inmortales” (1986), el francés Christopher Lambert también
se dejó caer, de muy mala manera, en este subproducto de acción y aventuras,
con un punto de fantasía y terror, que bien podrían haberse ahorrado, teniendo
en cuenta el resultado final, a todas luces insatisfactorio. Y me quedo corto.
“Beowulf, la leyenda” (1998) es un artefacto fílmico sobre el cual resulta
muy complicado hallar un elemento que resulte atractivo. Nada en ella despierta
el más mínimo interés, a no ser su curiosa escenagrafía, muy al estilo Mad Max,
que en manos de un director con algo más de personalidad, muy probablemente
hubiera dado lugar a algo con cara y ojos.
Por desgracia, en manos de Graham Baker, realizador británico de carrera
guadianesca (debuta en 1981 con “El final de Damien”, tercera parte de “La
profecía” (1976), regresa en 1988 con la simpática “Alien nación”, y no será
hasta diez años después que regresará al primer plano con esta película, cuya
nula repercusión comercial enterrará definitivamente su actividad para la gran
pantalla, centrándose en la publicidad) la cosa se convierte en una especie de “western”
europeo con hechuras de fantasía heroica, donde un Lambert más inexpresivo que
nunca hace las veces de “hombre sin nombre”, aunque en este caso sí lo tiene,
pasándose de rosca en su rol de tipo duro.
Por otra parte, en sí misma, la base argumental de la película es del todo
estúpida, tanto como los propios habitantes del castillo, que se ven afectados
por la presencia de un ser demoníaco, llamado Grendel, resultado de ciertos
pecados del pasado del noble que habita el lugar, junto a su bella hija,
interpretada por Rhona Mitra, tan mala actriz como Lambert pero resultona en
las secuencias de acción, no como Lambert que se ve a la legua el trabajo de su
doble para las escenas peligrosas. A
todo esto hay que sumar las deficiencias en el tema de efectos especiales
(explosiones ridículas) y la vergüenza ajena que provoca la aparición final del
monstruo, que se quiere estremecedora pero se queda en directamente
impresentable.
Por último, y esto es ya publicidad pura y dura, sepan que "La butaca inquieta" tiene ya su propia versión en Facebook, donde se publican enlaces a su versión bloguera y más contenidos que se irán introduciendo próximamente...
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