Jacob es un arquitecto que regresa a su casa tras un viaje de negocios, trayendo consigo un reloj antiguo. Éste, que vive junto a sus dos hijos, tras enviudar, mantiene una relación con una profesora, Andrea, pero se trata de una relación un tanto complicada, marcada por las diferencias de criterio entre ambos. Se respetan, pero Andrea ha sufrido mucho con todo el asunto, por más que siente un enorme aprecio por los hijos de Jacob, ayudándoles en todo aquello que puede estar en su mano. Como ahora, cuando el reloj que ha comprado Jacob revele pronto su diabólica naturaleza, pues es el último vestigio de la casa maldita de Amityville...Poco a poco irá tomando el control del arquitecto y, paulatinamente, el horror se hará realidad.
Es curioso que una película que no era nada del otro jueves, "Terror en Amityville" (1979/Stuart Rosenberg) acabara generando una ristra de secuelas tan decididamente poco remarcables. Basada en una serie de supuestos hechos reales, centrados en la matanza de una familia por parte del hijo mayor, y de cómo dichos sucesos afectaron a los sucesivos ocupantes de la casa, quienes aseguraron que ésta se hallaba "poseída" por entidades diabólicas, la historia pasó a manos del periodista y escritor John G. Jones, que logró todo un libro multiventas, que pronto fue adaptado al cine. Tras la película de Rosenberg, se producirían ya casi de corrillo dos secuelas más, una de ellas dirigida por un Richard Fleischer (la otra, la primera, estuvo en las manos de un italiano, Damiano Damiani) que ya andaba en pleno declive, en formato tridimensional. Se trataba de "El pozo del Infierno" (1983); no fue hasta cinco años más tarde que la saga sería reemprendida con una cuarta entrega que fue recibida con notoria indiferencia, pero en los noventa la saga aún daría para un par de entregas adicionales, que pretendían ser una especie de "reset" para la franquicia, pero digamos que la cosa no salió todo lo redonda que podría imaginarse, más bien todo lo contrario.
"Amityville '92" (1992) recayó en las manos de un director, Tony Randell, que se había destacado dentro del género por haber estado vinculado a la productora New World, siendo uno de los productores de "Hellraiser" (1987/Clive Barker). Al año siguiente debuta como director con la secuela de la película de Barker, una cinta no tan desdeñable como se dice por ahí. El hecho es que aquella cinta parecía ser el presagio de una carrera como realizador hasta cierto punto digna de cierta consideración, pero la verdad es que ésta siguió en los más estrictos márgenes de la producción directa a vídeo, sin ofrecer títulos remarcables.
El hecho es que la película posee un planteamiento argumental francamente interesante, con el tiempo como eje central de la historia, pero sea porque el guión no daba para más, o porque Randel tampoco era un realizador visualmente muy dotado, la cosa se queda a medio camino, sin que en ningún instante la película pueda salir de su condición de producto derivativo, de "secuela de..." facturada con mecánica precisión y con algún que otro fotograma potable a lo largo de su hora y media de metraje, que transcurre sin espacio para las sorpresas. Porque la película, señoras y señores, es de un anodino y un soso de aúpa.
A todo esto hay que sumar que la labor interpretativa tampoco ayuda demasiado a que la película funcione. En el papel de Jacob tenemos a Stephen Match, intérprete de larga experiencia en cine y TV, especialmente en la caja tonta, que sobreactúa cosa mala, llegando a niveles casi abofeteables en más de una ocasión. En el papel de Leonard, psiquiatra que tiene un lío con la protagonista, está Jonathan Penner, que también hace méritos para ser apaleado, pues pocas veces uno podrá toparse con un intérprete tan absolutamente nefasto, de verdad se lo digo. Si al primero se le podría abofetear, a este se le podría directamente enviar a una academia de interpretación, porque es que pone de los nervios cada vez que hace acto de presencia.
Como contrapartida femenina, y encarnando a la sufrida pero finalmente entregada Andrea, destaca Shawn Weatherly, que empezó como modelo publicitaria a finales de los setenta; en 1980 ganó el concurso de Miss USA, para luego ser elegida Miss Universo. Tras algunos roles de escaso nivel, Shawn viviría su gran momento profesional al integrarse en la serie "Los vigilantes de la playa", a finales de los ochenta, pero la abandonó tras una temporada con la idea de buscar nuevas y mejores propuestas, que no pasaran de pasear su cuerpo en bañador rojo por las playas de Malibú. Por desgracia el resto de productores no lo vieron de la misma manera, y regresó a los papeles de escasa entidad, siendo "Amityville '92" su papel más reconocido fuera de su intervención en la citada serie televisiva. Pocos años después, cansada de una carrera como actriz que nunca despegaba, se centró en la actividad inmobiliaria, ejerciendo de agente de la propiedad.
Los guionistas, Chistopher DeFaria y Antonio Toro, no contentos con una secuela que tomaba el nombre del original en vano, pretendieron seguir en la brecha con una nueva película, "Amityville: el rostro del diablo" (1993), fabricada para su distribución directa a vídeo, y en la que se agudizaban de forma harto dolorosa los defectos de la cinta de Randell, dando lugar a un subproducto sin ninguna gracia, sentido o interés. El cotarro quedó en manos de John Morlowsky, director también muy centrado en la serie B de videoclub, y si en este caso era un reloj, en el otro era un espejo maldito, que daba lugar a una especie de pirueta argumental con el fin de vincularla a la saga de Amityville por la vía más absurda y atontolinada.
En la próxima entrega, proseguiremos con el repaso a la obra de Paul Naschy, en este caso comentando la curiosa "Último deseo" (1977), una de las últimas colaboraciones entre el actor-guionista y el director argentino León Klimovsky.
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